La brisa tibia del valle de Camargo arrastra un aroma inconfundible: la uva madura, lista para transformarse en el vino y singani que han dado a esta tierra su fama imperecedera. «La uva perfuma con su fragancia todo el valle de Camargo», describe Marina Rivera Pereira, con la voz de quien ha crecido entre parras y lagares. No en vano, este rincón del sur de Bolivia es conocido como la tierra «Del Sol y del Vino».
En la reciente presentación de la Feria Nacional Vitivinícola (Fenavit) 2025, el alcalde de Camargo, Dorfio Mancilla, no ocultó su entusiasmo: “Cuando uno llega a algún lugar de Bolivia o del exterior, lo primero que pregunta la gente es por el vino”, afirmó con orgullo. No es una exageración. Del 6 al 9 de marzo, Camargo abrirá sus puertas a 32 municipios de seis departamentos: La Paz, Santa Cruz, Cochabamba, Potosí, Tarija y Chuquisaca. Será una celebración de aromas y sabores, con jornadas académicas, exposiciones, un festival folklórico, catas y degustaciones. Será, como cada año, la gran fiesta del vino y del singani.
Los cerros colorados del valle resguardan en su entraña viñedos centenarios que fermentan el vino o destilan el singani, ese elixir boliviano de renombre mundial. Camargo es la cabecera del Cañón de los Cintis, una región que se extiende hacia municipios como La Carreras, Villa Abecia y San Lucas, todos parte de esta tradición vitivinícola. Aquí, en 250 hectáreas, crecen las vides que alimentan a 12 bodegas semiindustriales y 24 bodegas tradicionales.
Para quienes visitan Camargo, el tiempo parece detenerse. Las mañanas son tibias, la paz del entorno es absoluta y las haciendas rebosan con la fruta de la temporada. En esta región, la historia se destapa en cada copa. La producción de vino nació aquí para abastecer las minas de Potosí, pero su legado trascendió la explotación minera y se convirtió en símbolo de identidad y orgullo.
¿Dónde está el secreto de Camargo? En la pureza de sus ríos, en las acequias serpenteantes que riegan las viñas, en el aire seco que favorece la conservación de los destilados, en la altura y el sol, en la magia del cañón colorado. La vitivinicultura boliviana tiene más de 400 años de historia, desde que los sacerdotes y misioneros trajeron la vid y la hicieron prosperar en este suelo generoso.
El singani, ese destilado inconfundible, nació en Chuquisaca, en el municipio de San Lucas, cantón Uruchini. Su nombre proviene del aymara-quechua «siwingani», que significa «abundante en siwinga», una planta de la región. En estas tierras, la destilación tuvo su cuna en la k’onchana, el antiguo fogón de barro donde el aguardiente cobraba vida. Hoy, el singani de Camargo ostenta premios internacionales y se alza como el destilado insignia de Bolivia.
Para Roxana Acosta, consultora en turismo, la Fenavit no es solo una feria, sino un pilar cultural y económico para la región. “Con orgullo alzamos nuestra copa para brindar por los siglos de preservación de lo auténtico y su denominación de origen”, expresa con emoción.
El legado del vino y el singani sigue vivo en las nuevas generaciones. Jaime Rivera Baldivieso, sentado entre sus parrales, confiesa que la producción de estos elixires es su pasión. Su esposa, Carmela, hornea un cerdo cuyo aroma se entremezcla con el perfume de la uva y del vino. Jaime Andrés Rivera, con orgullo, cuenta que es la quinta generación en conservar el alma del alambique. “Cepas de Oro” es el nombre de su hacienda, donde la tradición se mantiene intacta.
Los premios han sido testigos de este esfuerzo. En 2023, los productores de Camargo obtuvieron doble medalla de oro en Chile con la Moscatel de Alejandría y la Negra Criolla. “Fuimos los primeros en ganar premios internacionales con variedades patrimoniales”, celebra Rivera.
Herikha Martínez Rivera, presidenta de la Cámara Hotelera de Camargo, menciona que hay cerca de 400 camas disponibles, entre hoteles, hostales y haciendas, listas para recibir a los visitantes que llegan atraídos por el encanto de la Fenavit.
Marco Catari, un guía excepcional, lo dice con nostalgia: “Estar en Camargo es retroceder en el tiempo, aquí cada rincón tiene una historia que contar”. Sus recorridos por haciendas y bodegas de más de 400 años son un viaje a la esencia misma de la vitivinicultura boliviana.
Finalmente, en la presentación de la Fenavit, la belleza cinteña tuvo nombre propio. Renata Mancilla Cortez, representante de la hacienda “La Quimera”, con apenas 16 años y una sonrisa radiante, alzó su copa y, con la elegancia de quien lleva la tradición en la sangre, lanzó la invitación más genuina: “Los espero en la tierra del Sol y del Vino”.
Marzo está cerca y Camargo ya se prepara para recibir a los amantes del buen vino y el singani. Aquí, entre sus colinas rojizas y su cielo despejado, la historia sigue fermentando su esencia más pura. (Erbol/Periodismo Que Cuenta)