David Foronda H.
Aún recuerdo lo que le dijo a un colega amigo el Dr. Hernán Siles Zuazo a poco de arribar al país en una aeronave que lo trajo del exilio, para asumir la primera magistratura en Bolivia. Era la turbulenta década de los años 70-80. Ante la consulta periodística, sus primeras palabras fueron: “el pueblo es invencible”. Llegó a ser Presidente, y ya el pueblo boliviano de esas épocas conoce lo que sucedió después, durante su gobierno, en el que fue objeto de hasta secuestros, tomado como rehén en uno de los ascensores del Banco Central, etc. Y, claro, tuvo que lidiar con la terrible crisis económica que se desató, dijeron, a raíz del boicot que sufrió desde todos los ángulos de la sociedad boliviana.
Sin embargo, aquí lo importante es rescatar esa frase: el pueblo es invencible. Vaya que siempre debiera ser así, pero da la impresión de que paulatinamente, en los últimos tiempos, va perdiendo esa cualidad, pues hay que preguntarse si de veras los políticos gobernantes escuchan al pueblo, porque, generalmente, pareciera que poco o nada les interesa lo que de veras piensa, opina o quiere. Por el contrario, es la angurria por el poder lo que sí los guía y para ello no importa dejar de lado las reales necesidades de los ciudadanos de a pie. Es más, bien se puede afirmar que sucede aquí y allá, aunque mal de muchos es consuelo de tontos.
Entonces, en los días que corren, ¿aún es invencible el pueblo? Hay muchos que dudan de ello, así como del poder de la opinión pública que hace algunas décadas se dejaba sentir con fuerza, pues bastaba con lanzar expresiones de censura hacia tal o cual acto gubernamental, o de algún prominente político, para que el mismo renuncie y hasta decida “irse a su casa”, a fin de evitar la condena de la sociedad, la que no dejaba de ser lapidaria. Mucho más si algo salía publicado en un medio impreso, o se escuchó en una audición radial. Hoy, poco o nada les interesa a bastantes que están en la denominada “clase política”, porque como alguien dijo “no les entra ni la bala ni la censura, porque tienen cuero de anta”.
Indudablemente los tiempos han cambiado y, se puede decir, todo. De ahí que la gente de esas décadas se horroriza por todo lo que debe ver y escuchar, en forma recurrente, siendo lo peor que no ponen freno a tantas y tamañas atrocidades que son cometidas, tales como los incendios intencionados de cientos y cientos de hectáreas de bosques, avasallamientos de propiedades privadas, el feroz auge de los contrabandistas ya organizados en una especie de bandas criminales, el creciente narcotráfico, etc., y frente a ello el pueblo ha dejado de ser invencible, según parece. De todos modos, hay que creer fervientemente en que ya vendrán tiempos mejores, se puede decir, para recuperar el “buen vivir”.
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