Rolando Coteja Mollo
De acuerdo con el informe State of the Global Workplace 2024 de Gallup, Bolivia encabeza las estadísticas de estrés y tristeza laboral en Latinoamérica. La investigación indica que el 55% de los trabajadores sufre altos niveles de estrés, mientras que el 32% experimenta tristeza y el 25% siente ira en su ambiente laboral. Además, el 62% de los encuestados en Bolivia manifestó su deseo de buscar un nuevo trabajo, una cifra que supera el promedio regional, donde el 44% de los trabajadores reporta estrés. Estos sentimientos, que en algunos casos se combinan con irritabilidad y frustración, evidencian un entorno laboral desmotivante.
En Latinoamérica, la falta de compromiso con el trabajo es una tendencia generalizada, con tan solo un 32% de los empleados comprometidos y un 58% desvinculados de sus tareas. Gallup advierte que esta desvinculación tiene un alto costo económico, con pérdidas estimadas en 8.900 millones de dólares anuales en la región. El informe, basado en encuestas a 128.000 trabajadores, demuestra cómo el entorno laboral negativo y la falta de compromiso afectan tanto el bienestar individual de los empleados como la productividad económica de los países. A nivel mundial, se estima que aproximadamente el 50% de los trabajadores experimenta estrés laboral, con un notable aumento en los últimos años, debido a factores como la pandemia de COVID-19 y el cambio en las dinámicas laborales.
El estrés laboral en Bolivia tiene raíces profundas, y uno de los factores más influyentes es el liderazgo deficiente, caracterizado por prácticas corruptas y abuso de poder. Las decisiones tomadas en función de intereses personales, el nepotismo y el favoritismo, junto con la falta de transparencia y rendición de cuentas, han generado una cultura organizacional tóxica. Estas prácticas no solo deterioran el clima laboral, sino que además generan desconfianza entre los empleados, quienes ven frustradas sus oportunidades de desarrollo profesional y bienestar. La cultura organizacional en muchas instituciones se caracteriza por una comunicación autoritaria y vertical, la falta de reconocimiento al mérito y una sobrecarga laboral injustificada. A esto se suma la ausencia de políticas de bienestar, lo que empeora aún más la situación. La discriminación y el acoso laboral son problemas recurrentes, contribuyendo al deterioro de la salud mental y física de los trabajadores. Este ambiente tóxico da como resultado una fuerza laboral agotada y desmotivada, incapaz de alcanzar su máximo potencial.
Las consecuencias del estrés laboral son devastadoras, tanto para los trabajadores como para las organizaciones. A nivel individual, los empleados sufren de agotamiento crónico, trastornos de ansiedad, depresión y problemas psicosomáticos, lo que afecta sus relaciones interpersonales y conduce al síndrome de burnout. En el ámbito organizacional, la productividad disminuye, aumenta el ausentismo y la rotación de personal, y se pierde talento cualificado. Todo esto culmina en un clima organizacional deteriorado y una ineficiencia operativa generalizada.
Para transformar esta realidad se necesita un cambio radical en el modelo de liderazgo. Se requiere adoptar un liderazgo ético, basado en la transparencia, la comunicación bidireccional, la empatía y la toma de decisiones participativa. Los líderes deben comprometerse con el desarrollo profesional de sus equipos, priorizando el bienestar de los trabajadores y creando un ambiente laboral más humano y colaborativo. Solo así será posible revertir la crisis actual y construir organizaciones más saludables y eficientes. Asimismo, es fundamental desarrollar programas de formación integral que fortalezcan las competencias en gestión del estrés, inteligencia emocional, comunicación asertiva y planificación estratégica. Estas habilidades permitirán a los líderes gestionar de forma más efectiva los desafíos organizacionales, al mismo tiempo que fomentan equipos de alto rendimiento. De manera simultánea, deben ser implementadas políticas organizacionales saludables que incluyan programas de bienestar laboral, sistemas de evaluación justos y planes de carrera transparentes, garantizando un entorno más equitativo y sostenible.
En última instancia, el cambio no ocurrirá de la noche a la mañana. A corto plazo, es necesario realizar un diagnóstico organizacional profundo y ajustar las cargas laborales, al tiempo que sean implementados programas de capacitación urgente. A mediano y largo plazo, las organizaciones deben desarrollar políticas integrales, establecer sistemas de monitoreo y promover una cultura de mejora continua. Solo así será posible consolidar un modelo de gestión resiliente y sostenible que priorice tanto la eficiencia institucional como el bienestar de los trabajadores. La transformación del ambiente laboral en Bolivia es una necesidad urgente e ineludible. El bienestar de los trabajadores y la competitividad de las organizaciones dependen de un cambio estructural que adopte un liderazgo ético y humano, y fomente la creación de espacios laborales saludables y productivos.
El autor es politólogo-abogado y docente universitario.
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