Manfredo Kempff Suárez
Ni haciendo un esfuerzo podríamos otorgarle alguna virtud digna de regocijo a este año que se va. Hasta familiarmente hemos perdido algo demasiado querido, irreparable, que nos ha dejado en el más completo abatimiento. Estando a menos de una semana para la Navidad y a dos para que comience el 2025, nada extraordinario podría suceder, salvo que exista alguna sorpresa imprevista, algo notable, que haga cambiar nuestra opinión de este año, que se marcha con cara de pordiosero sin esperanza.
Hemos escrito una nota semanal para los medios, como lo venimos haciendo desde hace más de 40 años (con interrupciones cuando estuvimos en funciones de gobierno). Es decir que en este 2024 escribimos alrededor de 60 notas. De las 60 supongo que 50 han estado relacionadas con la política – ¡qué barbaridad! – y de las 50, 40 han sido un lamento de impotencia y de una ira que nos está enfermando.
¿Y por qué escribo? Porque estoy seguro que el próximo año será mejor, porque, por fin, nos vamos a deshacer de los badulaques que nos mal gobiernan desde hace 20 años. Entonces hay que escribir para decirles las verdades nuevamente, y, para, en cierta forma, alentarnos entre quienes nos entendemos. ¿Cómo dejar de escribir si las buenas noticias pueden estar a la vuelta de la esquina? ¿No sería una pena apagar mi laptop y encerrarme a leer o a ver TikTok en el momento en que Santa Cruz y los cambas hayan entrado en razón y se hayan alineado con un solo candidato para sacarles la contumelia a los masistas?
¿Por qué menciono a Santa Cruz y no al resto del país en eso de ir con un solo candidato? Porque, al parecer, los cruceños, más que el resto de Bolivia, nos hemos cansado de errar tanto, y vemos que lo mejor es dejarse de historias chinas. Eso desde el momento en que nos mienten con los dólares (que ya dejaron de existir en Bolivia) y luego nos fallan con el diésel y la gasolina. En porra, si las autoridades del Estado Plurinacional, tan multiétnico y arrogante, son incapaces de desbaratar los bloqueos de cuatro gatos “evistas”, que inmovilizan la economía y el tránsito de personas y aíslan nuestro departamento, es que su pesado carromato tirado por burros ha roto ejes en la llanura camba. Ya no sirve, no camina.
¿Quiénes, que fueran cruceños de verdad, podrían apoyar a un gobierno, que, fuera de dejarnos sin dólares y sin combustibles, nos prohíban las exportaciones? ¿Que retornen los cupos para vender al exterior la soya y el aceite de donde nos caen bastantes dólares? ¿Y en la sequía de divisas más grande que se recuerda? ¿Cómo hacernos los desentendidos cuando el presidente se refiere a los “cambitas” como los que juegan cochino? Cuando esos “cambitas” producen para que por lo menos haya comida en el Estado Plurinacional, donde reina el aimarismo gobernante improductivo.
Después de 20 años de azarosa y fracasada truhanería, que nos dejen respirar los discípulos de Choquehuanca, ese indio que, como Melquíades, el alquimista orate de Cien Años de Soledad, quería fabricar oro. Nuestro lunático empoderó falsamente a los ayllus; trastornó a Evo Morales; y nos jodió al resto de los bolivianos, con eso de que hay que leer en las arrugas de los abuelos y no en los libros; que a los niños se les debe alimentar con coca en vez de leche; que el “ullucu” o papalisa, es tan maravilloso que hace innecesaria la Viagra; que las piedras tienen sexo y que de ahí nacen piedritas; que tomar Coca-Cola hace que los hombres se vuelvan maricas (¿lo dijo él o fue Evo?); que las manillas del reloj deberían correr hacia la izquierda para volver a tiempos de nuestros ancestros (nada menos que el reloj del Congreso le hizo caso ante la estupefacción general) y un sinnúmero de dislates más. Si García Márquez hubiera conocido a Choquehuanca, habría ganado antes el Nobel o hubiera muerto delirando en un manicomio.
Que en este 2025 que se aproxima concluya la chabacanería y los mitos para ingenuos. Una nación no puede vivir de leyendas, por fantásticas que sean. Tenemos que vivir la realidad que está en el pensamiento racional, que es consciente del desastre actual. Que este año de elecciones que se asoma (decisivo porque el país no soportaría otros cinco años de masismo) los que tenemos ideales semejantes, no precisamente idénticos, surjamos juntos y dejemos de lado las diferencias que alguna vez pudimos tener. Es cara o sello.