Manfredo Kempff Suárez
Hubiéramos preferido escribir sobre la precipitada fuga del cruel dictador sirio Bachar al Assad de Damasco a Rusia, tras 24 años de dictadura, sumados a otros 30 años de su padre, pero las cosas que suceden en Bolivia lo tienen a uno anclado en el país. Escribir sobre la terrible guerra que sostiene Israel, sobre el ISIS, Hamás, Gaza, Líbano, sobre la muerte de las poderosas satrapías árabes de Gadafi en Libia y Sadam Husein en Irak, sobre la amenaza atómica de los persas de Teherán, sobre tan millonarios reyezuelos en el desierto, que viven en carpas bebiendo leche de cabras, pudiendo comprarse el hotel Ritz de París para dormir en lujosas suites distintas con cada una de sus mujeres, bebiendo champán noche tras noche, temas que animan, tenemos que escribir sobre las estupideces que suceden en Bolivia.
¿Y entonces? ¿Cómo empezamos? ¿Pegándole otra tunda al minusválido presidente? ¿Vale la pena después de la cueriza que le han dado mis coterráneos en los últimos días? ¿No será darle demasiada importancia y hasta abusar de un señor que no sabe cómo llegó al Gobierno ni qué hacer con él? ¿Cuándo no ve más allá de sus lentes mal medidos por Evo Morales? Porque lo cierto es que Arce no sabe dónde está parado y lamentablemente su equipo de ministros no son justamente unos genios como él cree.
Más ignorante que Arce, aun si cabe, es Evo Morales; pero más pícaro, más vivo, ladino como pocos, toda una ardilla difícil de atrapar. Menos bruto, en suma. Él buscó a un grupo de ruines, odiadores, resentidos, necesitados de plata, semi letrados, pero catastróficamente ilustrados en sindicatos zurdos y en foros donde las barbas de Fidel y la boina del Che se lucían en sus descalichadas paredes, como los trofeos de caza en las mansiones inglesas.
Mientras el presidente Arce estaba con sus colegas en la reunión de Mercosur, donde Bolivia se acaba de incorporar como miembro pleno, justo cuando otros se quieren ir de la sociedad luego de decepcionarse durante 30 años; en La Paz, desde el Collao, alguien instruía que se confiscaran o decomisaran el arroz y el aceite que estuviera en los ingenios cruceños. Todo bajo sospecha de agio, de especulación, que los productores estuvieran realizando, para hacer hambrear a la población con tal de forrarse los bolsillos. Idas y venidas, muchedumbres, carajazos, mujeres con garrotes, policías huyendo, comisiones, mesas de diálogo, viceministros, y finalmente hemos quedado sometidos nomás. El Gobierno, afín a los cupos, ha querido hacerlo y extenderlo hasta a la producción de carne vacuna si es posible, pero el tema sigue sin solución. Hablan de una “suspensión temporal” de exportaciones de aceite que imponen a los agricultores y empresarios cruceños, como cuando los romanos eran dueños del mundo conocido y exprimían con impuestos a sus provincias dominadas.
Entre tanto, el presidente Arce, este mandatario que observa el panorama con lentes mal medidos, en una fiesta que había en El Alto, no tuvo mejor idea, para contentar a una de sus partidarias, que decir que la carestía de aceite y arroz se debía a que “los cambitas nos están jugando sucio”. ¡Pero qué burrada más grande! ¡Cómo no se le ocurrió decir otra cosa! ¡Que imaginación corta! Justamente, dice semejante disparate, cuando su Administración es incapaz de proporcionar diésel para la maquinaria agrícola y el transporte; cuando su ministro de Gobierno nada puede hacer para frenar los bloqueos masistas que duran semanas y aíslan oriente y occidente; cuando no se da paso a la biotecnología que permitiría una mayor y mejor producción de soya y por tanto de aceite.
Es que la “oclocracia” de los antiguos griegos o gobierno de la plebe y de las turbas (según la RAE), jamás ha sido exitosa. La “reserva moral” de Bolivia y de la humanidad, que serían los pueblos indígenas, y que pregonaba Evo Morales en sus campañas electorales, no ha dado resultado; ha fracasado rotundamente.