Juan José Toro Montoya
Al presentar la reedición de un clásico de la literatura boliviana, un historiador, que además ocupa un alto cargo en una importante institución cultural del Estado, dijo que una novela podría ser fuente primaria de la historia y esa afirmación me preocupó tanto que decidí exponer mis argumentos en contra en esta columna.
La historia es la disciplina que estudia científicamente los hechos del pasado mientras que el periodismo es la que se ocupa de los hechos del presente. Los pongo juntos por una razón: ambas se ocupan de hechos; es decir, acciones, obras, cosas que suceden o han sucedido y cuya principal característica es la veracidad. Hablamos, entonces, de hechos verdaderos.
La literatura, en cambio, es un arte, el de la expresión de la palabra y, más que exponer hechos, lo que busca es causar sensaciones en las personas. Se divide en géneros, sea en prosa o verso, y uno de ellos es la novela que la Real Academia Española ha definido como “obra literaria en prosa en la que se narra una acción fingida en todo o en parte, y cuyo fin es causar placer estético a los lectores con la descripción o pintura de sucesos o lances interesantes, de caracteres, de pasiones, y de costumbres”. Como se puede ver, a la literatura no se le exige la veracidad, que es característica de la historia y el periodismo. Dora Gómez y su esposo Nicolás Fernández lo pusieron muy claro: “la ficción es la ley de la novela ya que, de lo contrario, ya no sería novela sino historia o crónica”.
Por tanto, estamos hablando de ficción, que es algo inventado, fingido o imaginado; y de no-ficción, que es la exposición, descripción, narración o argumentación de un hecho verídico del pasado, del que se ocupa la historia, o del presente, que es el objeto del periodismo.
Ahora bien, una novela puede ser histórica o biográfica, o una crónica, y en esos casos ocuparse de hechos verídicos, pero es imposible que refleje exactamente lo sucedido porque, en su estructura necesitará diálogos y, fundamentalmente, transmitir emociones, lo que inevitablemente cae en lo subjetivo. Y aunque excepcionalmente una novela o crónica literaria se apegue estrictamente a los hechos, tendría que citar sus fuentes para demostrarlo convirtiéndose en un híbrido que por lo menos yo no he llegado a conocer.
Mezclar historia con literatura es un defecto que deviene de aquellos tiempos en que la filosofía lo abarcaba todo, tanto las artes como el conocimiento, pero a medida que evolucionó éste, fue necesario separar aguas y dar a cada cual su lugar. Esa división empezó ya en tiempos de Aristóteles.
En Bolivia mantenemos mezclada a la literatura con la historia y tenemos casos en los que un personaje de novela, como Juan Huallparrimachi, que es una invención literaria, llegó a ser considerado un personaje histórico y así se lo enseña en los colegios.
Esos errores son resultados de malas apreciaciones, como creer que una novela puede ser fuente de la historia, ¡y nada menos que primaria!, pero, a estas alturas del Siglo XXI, ya no solo es necesario sino urgente poner las cosas en su lugar.
Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.