Luis Fernando Romero Torrejón
Hace pocos días, la gran mayoría de los países de Latinoamérica, a través de sus institutos nacionales de estadísticas o bancos centrales han actualizado sus estadísticas inflacionarias al mes de noviembre del 2024, con excepción de Venezuela, que hasta la fecha no ha sacado datos oficiales, pero si se cuenta con las cifras proporcionadas por el Observatorio Venezolano de Finanzas (OVF).
Haciendo un breve ranking de la región, la medalla de oro sigue en manos de Argentina, que tiene una inflación anual de 166% y una acumulada de 112% en lo que va del año. En segundo lugar, está Venezuela con una inflación acumulada de 60% y la interanual del 67%. En el caso de la Argentina, se consolida una tendencia de desaceleración en los precios al consumidor, ya que a noviembre presentaron el IPC mensual (2,40%) más bajo desde julio de 2020. En Venezuela, en estos últimos meses su inflación tiende a elevarse, debido a la devaluación progresiva de la moneda local desde octubre, y a antiguas distorsiones del mercado cambiario, lo que se reflejó en un IPC mensual (12,5%) en noviembre, el más alto en lo que va del 2024.
Bolivia, se consolida como la tercera economía más inflacionaria de Latinoamérica en este año, con una inflación mensual a noviembre de 2024 de 1,45%, una acumulada del 8,82% y una interanual de 9,51%. Ha quedado en la historia aquella economía que tenía la inflación más baja de la región, según el gobierno, a una actual con altos precios, menos poder adquisitivo y con una tendencia riesgosa, a corto plazo, de una “estanflación”.
Si bien nuestras cifras inflacionarias están lejanas, en términos acumulados e interanuales, de las de Argentina y Venezuela, en noviembre, estuvimos apenas con una diferencia de menos de 1 punto porcentual (0,95%) de la inflación mensual registrada en Argentina (2,40%).
Lo que llama la atención, es la gran diferencia con las otras economías de la región, donde el 81% de los países seleccionados en noviembre 2024 tuvo una inflación mensual por debajo del 1%, y otros países como Ecuador (-0,3%), El Salvador (-0,1%) y Guatemala (-0,17%) reflejaron cifras negativas. Comparando la inflación interanual de Bolivia, dejando a un lado a Argentina y Venezuela, por ejemplo, es 6 veces más grande que la de Ecuador (1,51%), inclusive Salvador ha presentado una cifra del -0,31%. En el caso de la inflación acumulada, la salvadoreña solo representa el 5% de la boliviana, e inclusive se ha observado estadísticas negativas, como en el caso de Costa Rica (-0,10%). Es evidente que la inflación de Bolivia ha tomado una gran distancia del resto de los países de Latinoamérica, y que posiblemente este 2024 cierre con una inflación galopante, es decir, al menos del 10%.
Se debe entender que este proceso inflacionario no es casual ni coyuntural, sino estructural. A medida que fue cayendo la producción y exportación de hidrocarburos y, por ende, los ingresos en dólares para Bolivia, el gasto público se mantuvo elevado y creciente, más del 10% del PIB en 2023. Son 12 años consecutivos de déficit público, que ha conllevado a la erosión de nuestras reservas internacionales, teniendo a la fecha menos de $us 200 millones en divisas, y serios indicios de un posible default. Es cada vez menos sostenible el tipo de cambio fijo por el BCB, y la “bolivianización” de la economía ha impulsado la salida de miles de millones de dólares del sistema financiero nacional. Para rematar, el BCB quiso implementar un dólar exportador, desequilibrando más aún el mercado cambiario, dando lugar a la escasez de dólares y a una divisa cara en el mercado negro, tal cual lo vivimos actualmente en el país.
Es decir, el problema de nuestra inflación, no solo es monetario, sino multidimensional, principalmente de origen fiscal. Pero también es cambiaria, comercial, financiera, económica, social y hasta política. Pero ahí no acaba la historia de nuestra actual subida de precios, la devaluación de nuestra moneda ante el dólar y monedas vecinas ha tenido su peso importante, siendo un negocio redondo comprar barato en nuestro país. A esto hay que sumar la especulación, agio, serias distorsiones en las cadenas de comercialización y, sobre todo, el contrabando de gran variedad de productos, que se van a la Argentina y principalmente al Perú, donde destacan los carburantes, aceite, arroz, carne y otros.
Las perspectivas inflacionarias en Bolivia a corto plazo no son alentadoras, se ha superado ampliamente la inflación del 2023 (2,12%) y la meta gubernamental para el 2024 (3,6%). Inclusive el PGE 2025 ha proyectado una inflación del 7,5% anual, lo cual ratifica que el gobierno espera que este año y el otro sea aún inflacionario. Lo cierto es que nuestra moneda y el poder adquisitivo de los ingresos de los bolivianos se devaluará al menos en un 60% en esta gestión, lo que se palpa en estas fiestas navideñas, con menos compras, precios más caros y contracción del consumo. Esto es riesgoso para la economía, si continúa creciendo la inflación afectará al consumo, la inversión, empleo, y en sí, a la economía general, haciendo que puede decrecer en el 2025. Y, finalmente, la inflación es un fantasma que va empujando paulatinamente a miles de personas a la pobreza, pues si sus ingresos siguen perdiendo poder de compra, se les hará más difícil satisfacer sus necesidades básicas y, por lo tanto, la consecuencia será una calidad de vida muy limitada.
El autor es Presidente del Colegio Departamental de Economistas Tarija.