Jorge Espinoza Morales
La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), bloque oriental y comunista, sostuvo la Guerra Fría con los Estados Unidos, bloque occidental y capitalista, desde 1945, después de la Segunda Guerra Mundial, en los campos económico, social, ideológico, militar y propagandístico. Estados Unidos temía la expansión del comunismo en Europa y en 1949 creó la alianza militar llamada Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) para contrarrestar la influencia soviética y garantizar la seguridad de los países miembros. En respuesta, la URSS creó el Pacto de Varsovia en 1953. A lo largo de la Guerra Fría, se produjeron varias crisis que aumentaron las tensiones entre ambos bloques. Después de la crisis de los misiles cubanos en 1962, comenzó una nueva fase que vio cómo la ruptura entre la República Popular China y la URSS complicaba las relaciones dentro de la esfera comunista.
La década 1980 fue otro período de tensión elevada. Estados Unidos aumentó las presiones diplomáticas, militares y económicas contra la Unión Soviética, en un momento en que ésta ya sufría un estancamiento económico. A mediados de la década de 1980, el nuevo líder soviético Mijaíl Gorbachov introdujo las reformas conocidas como Glásnost (1985) y Perestroika (1987) y puso fin a la participación soviética en Afganistán. Las presiones por la soberanía nacional se fortalecieron en Europa del Este, y Gorbachov se negó a apoyar militarmente a sus gobiernos por más tiempo. El resultado en el 1989 fue una ola de revoluciones que (con excepción de Rumanía) derrocó pacíficamente los gobiernos comunistas de Europa Central y Oriental. El propio Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) perdió el control del territorio y fue prohibido luego de un intento fallido de golpe de Estado en agosto de 1991 contra el gobierno anticomunista de Boris Yeltsin. Esto condujo a la disolución formal de la URSS el 8 de diciembre de 1991, con la declaración de independencia de sus repúblicas constituyentes y el colapso de los gobiernos comunistas en gran parte de África y Asia.
El colapso de la URSS fue debido al aspecto económico, pues debía competir con EE UU en los aspectos militar, armamentista, nuclear y espacial, que significaban cuantiosos recursos económicos que no pudieron generar. Después de grandes crisis económicas, con la ayuda del gas natural, el petróleo y otros recursos valiosos, el gobierno ruso, bajo la presidencia de Vladimir Putin, trabajó duro para que las grandes empresas privadas pagaran impuestos. Algunas de esas empresas se convirtieron en grandes empresas estatales en el proceso, pero los resultados finales fueron buenos. El capitalismo contemporáneo de los países de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) tiene dos fuentes: la descomposición de la burocracia soviética y la influencia del capitalismo global. Casi un cuarto de siglo después de la caída de la Unión Soviética, resulta claro que en los territorios del espacio postsoviético se consolidó un capitalismo periférico, con una economía sustentada en amplios niveles de criminalidad empresarial, control informal de los activos, primarización y fuga de capitales.
El cambio en China comenzó en 1978, cuando entonces era muy diferente a la nación que hoy puede situarse al nivel de Estados Unidos o la Unión Europea. Era un país empobrecido, con un Producto Interno Bruto (PIB) de US$150.000 millones para sus más de 800 millones de ciudadanos, muy por debajo de los US$ 17.795 billones en 2023. El histórico fundador de la República Popular China, Mao Zedong había fallecido en 1976, dejando un controvertido legado. Entre sus grandes proyectos, se encuentran el Gran Salto Adelante (1958-1962), que buscaba transformar la economía agraria del país, que provocó una hambruna por la que murieron al menos 10 millones de personas (hasta 45 millones, según fuentes independientes); o la Revolución Cultural (1966-1976), la campaña de Mao contra los partidarios del «capitalismo», que dejó entre centenares de miles y varios millones de fallecidos, según la fuente, y paralizó la economía.
Fue en esa situación de pobreza y hambre cuando Deng Xiaoping, entonces el secretario general del gobernante Partido Comunista de China (PCCh), propuso un cambio. Deng apostó por las llamadas «cuatro modernizaciones» y por evolucionar hacia una economía en la que el mercado tuviera un protagonismo creciente. Su programa fue ratificado el 18 de diciembre de 1978 por parte del Comité Central del PCCh y en él se situó la modernización económica como principal prioridad. En los años posteriores, se fueron poniendo en práctica cambios que entonces se consideraron ambiciosos y que salieron adelante pese a la oposición del ala más conservadora del partido.
En el sector agrícola, se abandonó progresivamente el sistema maoísta de economía rural planificada, lo que permitió incrementar la productividad y sacar a zonas del país de la pobreza, fomentando la migración de mano de obra hacia las ciudades. También se aflojaron «las cadenas» del sector privado y, por primera vez desde la creación de la República Popular en 1949, el país se abrió a la inversión extranjera. Se crearon zonas económicas especiales, como la de la ciudad de Shenzhen, que sufrió una increíble transformación y hoy se la suele describir como el «Silicon Valley chino». Esa apertura al exterior contribuyó a aumentar la capacidad productiva de China y nuevos métodos de gestión.
Sus cambios llevaron a que, tras un largo proceso, China consiguiera entrar a la Organización Mundial del Comercio en 2001, lo que le abrió definitivamente las puertas a la globalización, que tanto ayudó a su auge económico. Y es que, en 2008, cuando la crisis financiera mundial estalló y Occidente emprendió la búsqueda de nuevos mercados, China destacó entre todos ellos, lo que le llevó a convertirse en la «fábrica del mundo».
Resulta claro que, tras el fracaso socialista y comunista en Rusia y China, sus economías, especialmente la china, tuvieron notable éxito por el capitalismo. Lo contradictorio es que estos dos países dan un fuerte apoyo político (no económico) a países como Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia con economías estatistas en profundas crisis (como eran las suyas). ¿Será para dar cabida a muchas empresas chinas y algunas rusas como es el caso de Bolivia? Hasta ahora no se ha escuchado hablar de imperialismo chino o ruso, como se lo hacía y se lo hace con el tan mentado “imperialismo yanqui”.