Víctor Corcoba Herrero
Loemos la estrofa que nos lleva a la bondad armoniosa, a crecer como familia y a activar el calor de hogar, subrayando la importancia de la supervisión humana, el vínculo cooperante global y el cumplimiento del derecho internacional, imprescindible para subsistir existencialmente.
Dejemos que arranque el ímpetu, con su lenguaje místico y con el sigilo de su vocabulario, para que el intercambio de felicitaciones no pierda su profundo valor contemplativo de comunión y que la fiesta de las fiestas no quede absorbida por la necedad mundana del consumo simplista. Hemos de renacer, por tanto, con las cuerdas profundas de la alegría. Que no nos distraigan los aspectos exteriores, vayamos al fondo de nuestros interiores, a buscar la luz y a rebuscar lo auténtico del verso viviente. Nuestra historia es la biografía de un poema que no fenece. Ahora, en este justo instante, activemos los labios porque nos ha nacido la inspiración, con la sonrisa en la boca y el pulso de la esperanza en los ojos. Sólo hay que mirarse y verse, acogido por el edénico azul del cielo.
Los hilos luminosos están en todas las celebraciones navideñas; sus filamentos germinan de las entretelas del singular verso que somos, acontecimiento que supera los límites del espacio y del tiempo, porque ese recién nacido que llevamos consigo, está realmente presente a nuestro lado, lo podemos hallar ahora mismo, en un hoy sin ocaso. Es cuestión de reconocernos, para volver a ser poesía en vez de poder, donación en vez de acopio, poniendo el alma en la siembra y no en las armas, que nos destruyen. Hay que renovarse, transformar la existencia, abriéndonos en carne viva para cosechar la eterna felicidad. En efecto, el autor del mundo, nos insta a volver a la verdad y a revolvernos contra las dobleces. Tomemos conciencia, de ello.
Tanto la Navidad como la Pascua son conmemoraciones gozosas, en las que celebramos la lírica de la inocencia con el nacimiento del género humano redimido, invitándonos al desprendimiento de las cosas de aquí abajo, para liberarnos y resplandecer como la luz del día. Sólo hay que adentrarse en la ternura para percibir, como floración filial del amor, que no hay más vida que la de dejarse amar, para reconducir el camino que nos fraternice. Al fin y al cabo, lo trascendente radica en cultivar el concierto de la cercanía, de la unión y de la unidad palpitante integral e integradora, que es la que nos glorifica con la paz como compromiso cotidiano. Por ello, no perdamos jamás la fuerza del espíritu consecuente, pongámoslo en plegaria continua.
El Niño Dios es nuestro Todo en todos. No pasemos de largo ante Él, despojémonos de la indiferencia para vivir esta manifestación omnipotente. Dejemos que nuestro pulso se agite y que los latidos nos conmuevan. Las caricias celestiales son la mejor sanación para nuestros adentros, jamás lo olvidemos. Loemos la estrofa que nos lleva a la bondad armoniosa, a crecer como familia y a activar el calor de hogar, subrayando la importancia de la supervisión humana, el vínculo cooperante global y el cumplimiento del derecho internacional, imprescindible para subsistir existencialmente. Por ello, quizás nos falte abrir los ojos de nuestro corazón, para que estemos vigilantes y en perenne guardia, como auténticos poetas/pastores; y así, podamos llevar nuestra propia cercanía a los demás.
Sin duda, es tiempo de donarse y de aprender a reprenderse. Salgamos en busca de esa estrella inmaculada a rehacernos, sobre todo en el servicio al prójimo, que es lo que en realidad nos enternece y eterniza, llenándonos de vida. Nuestro referente, un Niño, en toda su indigencia y dependencia, que resulta ser nuestro Salvador en medio de la oscuridad del mundo. Ojalá se vuelva a encender en nuestro interior: la ilusión; mientras se abre un nuevo compás humanitario, llenando el orbe de confianza y de buena voluntad. Por desgracia, nos falta compromiso universal en los principios y valores, en las ideas y en las concepciones. De ahí los combates absurdos que nos mortifican, por no deponer nuestras falsas certezas y la soberbia intelectual. Corrijámonos, pues.
Víctor Corcoba Herrero es escritor.
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