Augusto Vera Riveros
La segunda parte de la Biblia inicia con el nacimiento de Jesús, según el Evangelio de San Mateo, y con su bautismo, según San Marcos. Lo más seguro es que los cuatro evangelios, además del libro de los Hechos de los Apóstoles, sean históricos, y si eso fuera así, diríamos que el 60 por ciento del Nuevo Testamento es eminentemente histórico porque traza las raíces y el desarrollo del Dios viviente trabajando en la historia humana. En consecuencia, los relatos evangélicos sobre el nacimiento de Jesús —base de las tradiciones navideñas— contienen una indiscutible veracidad a pesar de su carácter legendario y las historias que son resultado de las tradiciones enteramente humanas y a veces de estudios profundos de teología que, a través de los siglos, han venido enriqueciendo los libros sagrados.
Por eso, lejos de ser una aseveración temeraria o blasfema novedad, el que los relatos evangélicos sobre la infancia de Jesús de Nazaret sean una ficción piadosa, constituye el patrimonio de toda investigación crítica. Y más allá de lo que dicen los dos nombrados evangelistas, Marcos (el más antiguo, dicho sea de paso), nada sabe de la llegada de Jesús al mundo, quien, a pesar de ser un hombre extraordinario, de entre todos los profetas, magos y charlatanes que en su tiempo pululaban por la polvorienta Galilea, consiguió destacar y hacer que sus ideas dejaran imborrable huella en la existencia y destino del mundo y la humanidad.
Existen estudios desde la academia, investigaciones profundas de teólogos y conclusiones que no alcanzan el rango de bíblicos —pero que llamarlos apócrifos también sería un injusto exceso— sobre la infancia de Jesús; y no es que carezcan de fundamento, pero sí adolecen de evidencia, y de todas maneras merecen siempre ser considerados, aunque no como verdad absoluta.
Otro tanto ocurre con lo que la tradición ha venido en denominar “la vida oculta de Jesús” y que comprende prácticamente desde su regreso de Egipto, salvo el breve pasaje de su extravío cuando era un niño y su presentación en el Templo, hasta el ejercicio de su ministerio por tres intensos años. Hay sin duda elementos legendarios en los relatos que pretenden complementar las nociones casi básicas que nos ofrecen los evangelistas que se ocupan de la Natividad cristiana.
Así, y volviendo al momento culmen mismo del alumbramiento de María, hay teorías más numerosas que diferentes en cuanto al contexto, las circunstancias y la ambientación física. No hay datos relevantes de las condiciones materiales del nacimiento de Jesús, no al menos información acorde a la grandeza del hecho, pues bien pudo nacer rodeado de animales domésticos si la madre dio a luz en un pesebre; quizá el Niño estuvo fajado en pañales o completamente desnudo, porque, por un lado, podría haberse respondido a la costumbre de vendar a los recién nacidos por espacio de cuarenta días a fin de proteger la fragilidad de su cuerpo de posibles fracturas o golpes. Por otro lado, derivaría del deseo de establecer un paralelismo entre el nacimiento y muerte de Cristo, de modo que el Niño fajado se pone en paralelo con el Cristo amortajado. Y, sin embargo, cuando Jesús está representado en la prodigalidad pictórica sobre su nacimiento, totalmente desnudo, suele, además, irradiar una intensa luz, asociada a la visión de santa Brígida. Por otra parte, en la narrativa amplia que existe, se ha incorporado también el motivo del baño del Niño, en el que una o dos parteras, ayudadas en ocasiones por José, lavan al Dios hecho hombre en un balde de agua o en una suerte de pila bautismal, lo que resulta un hecho más humano todavía ya que, sabiendo como sabemos que Jesús se hizo igual a los hombres en todo, excepto en el pecado, con ello se eliminaría los restos de sangre que cualquier neonato lleva consigo. Y sin embargo poco sentido tendría bañar al Niño, si había nacido limpio, sin sangre y resplandeciente.
Todo ello pertenece a la fabulación humana, que, creyendo que cuanto más perfecto por una parte o más sobrenatural por otra haya sido la Natividad más prodigiosa de la historia, nunca faltarán las elucubraciones que la hagan más sublime.
Últimamente estuve viendo en las redes sociales los cuestionamientos que algunas sectas cristianas hacen a la celebración navideña por considerar un engaño el 25 de diciembre como fecha del nacimiento divino. También vi la respuesta contundente de un sacerdote católico, quien afirmaba que los católicos celebran el acontecimiento y no la fecha.
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor.