Ignacio Vera de Rada
El MNR, ADN y el FRI, entre otros, son partidos políticos de los cuales no quedan más que ruinas hechas de pálidos colores y una sigla. Su tiempo ya pasó hace rato. No poseen militancia, ni propuestas en el actual debate político, ni una ideología que responda a los desafíos de la actualidad. Tampoco escuelas de cuadros que les permitan renovar sus ideas, las cuales para hoy (a saber, el nacionalismo revolucionario, el nacionalismo de derechas y la izquierda revolucionaria, respectivamente), si se las quisiera aplicar en la realidad, serían rotundos despropósitos. Son una especie de partidos-fantasma: existen y, al mismo tiempo, no existen. Entonces, ¿por qué el Órgano Electoral los reconoce como si existieran de forma plena? Probablemente porque en un Estado burocratizado como el boliviano, un cartón o un formulario valen más que la realidad. Eso da cuenta de que aquel órgano estatal está realizando un defectuoso trabajo, pues reconocer a organizaciones políticas de las cuales no hay más rastros que un color, una sigla y una vieja historia (no necesariamente gloriosa, dicho sea de paso) no es funcionar bien.
Sin embargo, aquellos partidos son vitales para los aspirantes a la Presidencia y las cámaras, pues sin ellos no podrían candidatear. En los últimos años, el MNR prestó su sigla a políticos como Virginio Lema y Jorge Quiroga; el FRI dio la suya a Carlos Mesa y ahora a Jorge “Tuto” Quiroga, la UCS hizo lo propio con el catarista Víctor Hugo Cárdenas y parece que ADN cederá su sigla al empresario Branko Marincovic. Cuando ocurre esto, a veces hay groseras diferencias entre la ideología del partido que proporciona (¿alquila?) la sigla al candidato, por un lado, y, por otro, los principios que abriga éste, como es el caso del FRI y Tuto (aquel de izquierda radical y este de derechas), pero a veces ese problema no existe porque el partido que la facilita nunca tuvo una ideología, como fue el caso del acuerdo entre la populista UCS y Víctor Hugo Cárdenas. Me permito escribir el verbo “alquilar”, aunque pueda sonar áspero tanto para los partidos que ceden su personería jurídica como para los políticos que la reciben, porque siempre aquellos partidos, que los llamamos “taxipartidos”, otorgan su sigla no de manera desinteresada, sino a cambio de un cobro, que es generalmente de tipo clientelar. Dado que en muchos países latinoamericanos todavía se ve al Estado como un bien patrimonial, los políticos de la vieja guardia que alquilan siglas no paran mientes en la conformación de gobiernos meritocráticos y coherentes, sino que reproducen la costumbre de beneficiar a los amigos con los primeros puestos en las listas de candidatos a las cámaras (franja de seguridad) o, eventualmente, con trabajos en ministerios o embajadas. Este es uno de los grandes peligros que supone el subirse a taxipartidos.
Los dirigentes de los “taxipartidos” están a la pesca de líderes con posibilidades de triunfo con el objetivo de que su vieja sigla no muera; de esta forma, podrán seguir en los ruedos políticos futuros para obtener una tajada, aunque sea pequeña, del pastel. Pero ¿qué pasaría, por ejemplo, si de aquí a unos veinte o treinta años, cuando Bolivia sea muy diferente debido a la modernidad y los nuevos fenómenos económicos y digitales que sobrevengan, el MNR o el FRI siguieran existiendo? ¿No serían en 2045 o 2055 el nacionalismo revolucionario o la izquierda revolucionaria no solamente inaplicables, sino además grotescas ideologías? ¿Por qué los políticos bolivianos no tienen la visión de conformar partidos políticos modernos, bien estructurados, con escuelas de cuadros que puedan renovar sus ideas, como ocurre en otros países? ¿Por qué el Órgano Electoral no da el tiro de gracia a aquellas organizaciones políticas que se alquilan, sabiendo perfectamente que en la realidad ya no existen más? Se pueden dar muchas respuestas a esas preguntas, pero mi intención aquí no es darlas, sino solo provocar a la reflexión crítica sobre esta peculiar situación.
Este es mi último artículo del 2024. En un año, si las elecciones generales se hacen debidamente y no ocurre algún descalabro institucional como ocurrió en 2019, un nuevo gobierno estará rigiendo Bolivia. Me parece oportuno entender que la historia no es determinista; es decir, que no está predeterminada por factores que están más allá de nuestras limitadas fuerzas humanas. Incluso si somos espirituales o creyentes en Dios, no deberíamos dejar por entera nuestra suerte colectiva a los inescrutables designios divinos, pues si lo hiciéramos, nuestras facultades de pensar y decidir servirían de muy poco, y así, calamidades como las guerras o el cambio climático serían males inminentes sobre los cuales no tendríamos ni voz ni voto. En consecuencia, podemos pensar que, si el electorado decide bien en los comicios próximos, muchos de los males que hoy padecen los bolivianos mañana podrían ser mitigados. ¡Próspero 2025 a todos mis caritativos lectores!
Ignacio Vera de Rada es politólogo y comunicador social.