Ronald Nostas Ardaya
Hace algunos días, tres militares bolivianos fueron detenidos mientras deambulaban perdidos en el lado chileno de la frontera con ese país. Eran parte del Comando Estratégico, una unidad castrense creada para combatir el contrabando que, en 6 años, ha reportado 18 muertos y más de 100 heridos en esta guerra desigual, sin haber logrado disminuir casi en nada ese ilícito. El episodio, que concluyó unas horas después con la expulsión de los oficiales, se suma a la larga lista de agravios, humillaciones y desprestigios que han sufrido las Fuerzas Armadas de Bolivia (FFAA) en los últimos años.
Solo para recordar, en noviembre pasado, grupos irregulares civiles invadieron tres cuarteles de la Novena División de Ejército del Chapare, reduciendo a los oficiales y la tropa, tomando como rehenes a más de 200 efectivos y apoderándose de la totalidad de su armamento, municiones, vehículos y equipamiento. La toma, realizada sin resistencia, fue transmitida a través de redes sociales, por los mismos perpetradores que se identificaban abiertamente, y fue respondida recién ocho horas después, con un tibio comunicado del Comando en Jefe que les rogaba “deponer esas actitudes”.
Unos meses antes, en junio, el Comandante del Ejército lideró uno de los episodios más grotescos en los que participaron las FFAA, al intentar ingresar a Palacio de Gobierno con una vetusta tanqueta y algo más de 200 efectivos. El movimiento fue disuelto, el líder encarcelado y hoy más de una treintena de oficiales, están detenidos esperando su condena por este hecho.
Igual suerte correrán otros 10 oficiales, acusados por las muertes de Senkata y Sacaba, que seguramente serán condenados como lo fueron los cinco altos jefes castrenses por los conflictos de Octubre de 2003.
Al margen de esos hechos, las noticias sobre las Fuerzas Armadas en el tiempo reciente, tienen que ver con decesos de conscriptos, reclutamientos semestrales y la injerencia política en los ascensos, nombramientos y destinos. Nada relevante, positivo o edificante que nos recuerde el orgullo que inspiraba una institución hace apenas tres décadas.
Aunque su debilitamiento se inició en el Siglo XX, su precarización extrema ocurrió en los últimos años, cuando se distorsionó su mandato constitucional, que establece que esa entidad tiene por misión “defender y conservar la independencia, seguridad y estabilidad del Estado, su honor y la soberanía del país; asegurar el imperio de la Constitución, garantizar la estabilidad del Gobierno legalmente constituido, y participar en el desarrollo integral del país”.
Basta recordar que en 2015 se ordenó a los militares elaborar y vender pan para contrarrestar el paro de los panaderos de La Paz; y que además se dispuso que fungieran como pagadores de los bonos sociales y recientemente, que vigilaran la venta de combustibles en las gasolineras.
Su profunda crisis institucional es principalmente el resultado de un proceso de ideologización que incorporó a la doctrina de las FFAA, una serie de elementos ajenos a su tradición histórica, como el cambio de su lema centenario por la arenga “Patria o muerte” ideada por Ernesto Guevara en 1960, o la inclusión entre los himnos nacionales de “La Marcha a Evo”, una oda, cuya contenido incluía frases como “Evo Morales tú eres la luz… tú eres la voz que al imperialismo fue quien la enfrentó” (sic).
La injerencia ideológica alcanzó su máximo nivel con la creación de “la Escuela Militar Antiimperialista” una entidad promovida por los países socialistas de la región, cuya misión era constituirse en un centro de formación de oficiales y “de sectores sociales y populares (…) que se convertirán en los guardianes del proceso revolucionario boliviano”. Este plan de desinstitucionalización dañó tanto a la entidad que le hizo perder su horizonte, su identidad y su liderazgo.
Los Estados modernos necesitan de unas Fuerzas Armadas amparadas por un mandato constitucional; defensoras de la integridad territorial y del orden constituido; fortalecidas y respetadas en sus valores, principios y tradición. Recuperar la institucionalidad de la entidad que dio origen a Bolivia, que la defendió de invasiones, guerras y conmociones, y que tiene un rol fundamental para sostener la democracia, es un deber primordial que debe asumirse con responsabilidad.
El autor es Industrial y ex Presidente de la Confederación de Empresarios Privados de Bolivia.