Ronald MacLean Abaroa
Perdón por el anglicismo en el título, pero a veces hay expresiones que no tienen una traducción adecuada al español. Es el caso de “A blessing in disguise”, cuyo equivalente es: “No hay mal que por bien no venga”. Pero yo me rehúso a usar este refrán en español porque habla del “mal” y no refleja del todo el matiz positivo de “una bendición disfrazada”. Pues bien, esta idea describe lo que estamos viendo en ciertos escenarios políticos en América Latina y EEUU, donde la lucha por el poder de algunos líderes ha tenido consecuencias inesperadas que, al final, podrían resultar beneficiosas para la democracia.
En el caso de EEUU, observando el proceso electoral, es inevitable notar el fenómeno que representa Donald Trump, un líder carismático y a la vez tóxico, que ha capturado al Partido Republicano con un discurso populista cargado de odio y basado en prejuicios y mentiras. Ha moldeado al partido a su imagen y semejanza y sus seguidores parecen inmunes a las evidencias de su comportamiento autoritario y narcisista. Trump se ha presentado como un salvador, pero en realidad es un líder megalómano que busca imponer su voluntad a cualquier costo. Y no hay quién lo pare… a no ser que pierda las elecciones.
Pero este fenómeno no es único, también lo hemos visto en América Latina con otras figuras obsesionadas con el poder y dispuestos a hacer cualquier cosa para mantenerlo. En Bolivia, el caso de Evo Morales es particularmente revelador. Se trata de otro expresidente obsesionado por regresar al poder a como dé lugar. “Por las buenas o por las malas”, ha dicho. Igual que Trump. Morales es otro que se cree “mesías”, y a quien la gente, su gente, le cree y le refuerza esa idea y esa conducta, pese a que hoy incluso pesa en su contra un proceso penal por el delito de trata y tráfico de personas. Trump también tiene los propios.
Este patrón, en el que un líder autocrático se aferra al poder, refleja una profunda inseguridad colectiva que existe en muchos sectores sociales. Hay una tendencia a buscar líderes carismáticos que prometen soluciones rápidas y simples, caudillos que son percibidos como mesías. Esta necesidad de contar con una figura fuerte, paternal, es una señal de debilidad e inseguridad en sectores vulnerables de la sociedad que cuando son mayoritarios, le dan ese carácter a la política.
Sin embargo, en la era moderna, ha surgido un concepto opuesto: la “sabiduría de la multitud” (Wisdom of the crowd). Esta idea, que reconoce el valor de la sabiduría colectiva, se manifiesta en la manera en que funcionan las democracias más avanzadas, así como en áreas de la alta tecnología, finanzas e innovación. Empresas como Facebook, Apple, X, Amazon y Tesla han crecido enormemente gracias a su capacidad para aprovechar los datos y las opiniones de millones de personas. Este principio de “crowd sourcing” (recurrir a la “multitud” para obtener ideas, recursos o soluciones) ha transformado sectores enteros de la economía. Entonces, ¿por qué no aplicamos este mismo concepto a la política? ¿Por qué permitimos que un grupo inamovible de políticos monopolice la representación política? ¿Son ellos los más inteligentes, honestos y preparados del país? No.
El problema es que, en muchas democracias, los partidos políticos han sido capturados por grupos privilegiados que se resisten a abrir procesos más democráticos y participativos, como serían unas elecciones primarias abiertas y competitivas. Estas élites controlan las candidaturas, lo que limita la capacidad de la gente para elegir a sus propios representantes. Esto no es solo un problema en América Latina, sino en muchas partes del mundo. Las elecciones primarias, como mecanismo de participación popular, deberían ser la norma para que sea la gente la que elija a sus candidatos; en lugar de dejar que sean las cúpulas partidarias las que se ofrezcan a sí mismas, y decidan por ellos.
Bolivia ha dado un ejemplo interesante de cómo la “sabiduría de la multitud” puede prevalecer en circunstancias adversas. Tras su exilio, Evo intentó mantener el control del país imponiendo a Luis Arce como su sucesor por encima de la preferencia de su partido –que apostaba por Choquehuanca y Andrónico– con el cálculo político (equivocado) de que éste sería un remplazante débil, manipulable para su eventual retorno al poder. Sin embargo, como ocurrió con Lenin Moreno en Ecuador, Arce demostró ser no tan débil como Morales esperaba y frenó el regreso del que se creía “dueño de casa”.
Así, Arce, aunque sin proponérselo, está dando pasos que podrían rescatar la democracia, al desplazar al caudillo, incluso a costa de su propio futuro político. He ahí la mayor contribución de Arce a la democracia de su partido y la del país. Una verdadera “bendición oculta”, que lo acrecentará ante la Historia, así con mayúsculas, y será su mayor triunfo involuntario, ¡nada despreciable!
Este tipo de giros inesperados también podría ocurrir en Estados Unidos. Si Kamala Harris gana las elecciones de noviembre podría ser la figura que libre a la democracia estadounidense de las garras del populismo que representa Donald Trump.
Arce, en Bolivia, está a punto de lograrlo, dejémoslo concluir la tarea.
El autor es catedrático; fue Alcalde de La Paz y Ministro de Estado.