Rolando Coteja Mollo
Bolivia emerge como un extraordinario mosaico cultural, donde las danzas chapacas se funden con los ritmos andinos, mientras las tradiciones chicheñas confluyen con las costumbres amazónicas. Esta diversidad, lejos de fragmentarnos, constituye la esencia misma de nuestra identidad nacional. No obstante, por décadas, una perspectiva altiplánico-céntrica ha predominado en nuestra narrativa cultural, ensombreciendo la riqueza de nuestra pluralidad, un fenómeno similar al que han experimentado otras naciones andinas, como Perú y Ecuador.
Proponer una “desaltiplanización” cultural no implica desdeñar el invaluable legado del altiplano, sino democratizar nuestro patrimonio cultural, siguiendo ejemplos exitosos como el modelo intercultural canadiense o la revitalización cultural de Nueva Zelanda, donde la cultura maorí coexiste armónicamente con otras tradiciones. La grandeza de Bolivia reside en su diversidad: desde los saberes ancestrales guaraníes hasta la tradición oral trinitaria, desde la exquisita gastronomía chapaca hasta la distintiva artesanía camba. Cada expresión cultural, desde el Chaco hasta la Amazonía, constituye un testimonio vivo de nuestra riqueza nacional.
Esta transformación cultural demanda un nuevo paradigma que trascienda los regionalismos, alineándose con los principios de la UNESCO sobre la protección y promoción de la diversidad cultural. La experiencia de países como México, que ha logrado proyectar internacionalmente la riqueza de sus distintas regiones, sin perder su esencia nacional, ofrece valiosas lecciones para Bolivia.
El progreso de Bolivia no puede cimentarse en divisiones regionales, ni en supremacías culturales. Nuestra fortaleza radica en la capacidad de aprender mutuamente, compartir saberes y tender puentes entre las diversas identidades que conforman nuestro país. Esta visión se fortalece con el creciente reconocimiento internacional a los derechos culturales como derechos humanos, respaldado por organismos como la ONU y la OEA.
Construir una Bolivia verdaderamente pluricultural significa visualizar un país donde las tradiciones fluyen libremente entre regiones, similar al modelo de interculturalidad suizo, donde cuatro lenguas oficiales y diversas tradiciones culturales coexisten en armonía. Los intercambios culturales globales, facilitados por la tecnología digital y las redes sociales, ofrecen nuevas oportunidades para proyectar nuestra diversidad cultural al mundo.
La materialización de esta visión requiere acciones concretas: impulsar festivales interculturales en cada región, establecer programas de intercambio entre departamentos, y crear espacios de diálogo comunitario. Estas iniciativas pueden enriquecerse mediante la cooperación internacional y el intercambio de experiencias con otros países pluriculturales. La participación de Bolivia en foros internacionales, como la CELAC, Unasur y otras, ofrecen plataformas valiosas para compartir y aprender de experiencias similares.
Además, es primordial desarrollar políticas culturales que aprovechen las oportunidades que ofrece la economía creativa global. La UNESCO estima que las industrias culturales y creativas generan más de 2.25 billones de dólares anuales y proporcionan 29.5 millones de empleos en todo el mundo. Bolivia tiene el potencial de posicionar su diversidad cultural como un activo estratégico en este mercado global.
La verdadera unidad nacional surgirá cuando cada boliviano reconozca y celebre la riqueza cultural de sus compatriotas, cuando las tradiciones ajenas sean tan apreciadas como las propias. En un mundo cada vez más interconectado, donde la diversidad cultural se reconoce como patrimonio común de la humanidad, Bolivia tiene la oportunidad de convertirse en un modelo de integración cultural para América Latina y el mundo.
Esta es la Bolivia que debemos forjar: una nación donde la diversidad no representa un obstáculo sino el motor de nuestro progreso colectivo, contribuyendo significativamente al diálogo intercultural global y al enriquecimiento del patrimonio cultural de la humanidad.
El autor es politólogo-abogado y docente universitario.
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