Marcelo Miranda Loayza
En el último cuarto de siglo, Bolivia ha sido testigo de una compleja maraña de conflictos sociales, políticos y legales. El nombre de Evo Morales, expresidente y líder del Movimiento al Socialismo (MAS), ha estado estrechamente ligado a este turbulento periodo, en especial por las graves acusaciones que lo rodean, que van desde pedofilia y pederastia hasta narcotráfico y corrupción. Las denuncias en su contra resuenan en la sociedad boliviana, marcando una profunda polarización.
A pesar de la gravedad de las acusaciones y testimonios que han surgido desde finales de los 90, estas denuncias parecen desvanecerse al intentar ingresar al ámbito judicial. Para muchos, la razón de este fenómeno es clara: el temor y la intimidación, aquellos años, eran moneda corriente en el trópico cochabambino, una región controlada por cocaleros. Este poder de influencia fue, posteriormente, consolidado cuando el MAS alcanzó el control del sistema judicial.
En las elecciones de 2019, el país se sumió en una crisis política sin precedentes. La sombra del fraude electoral marcó aquellas elecciones y dejó una herida profunda en el sistema democrático boliviano. Morales, frente a la posibilidad de perder el poder, optó por una estrategia que muchos califican de incendiaria, promoviendo la agitación social. La consigna parecía clara: si no podía gobernar, Bolivia debería enfrentar un caos absoluto. Finalmente, tuvo que abandonar el país, una salida que, a todas luces, fue un acto de “cobardía” frente a la derrota.
Cinco años después, Bolivia se encuentra nuevamente al borde de un abismo, atrapada en una especie de déjà vu político. Nuevos escándalos y casos de corrupción sacuden al MAS y la imagen de Morales vuelve a figurar en las noticias, esta vez enfrentando un país que no está dispuesto a olvidar las múltiples denuncias que sobre él recaen. No obstante, parece que, en lugar de responder a estas acusaciones con transparencia, Morales, nuevamente, opta por un camino de conflicto, intentando desestabilizar el país para así recobrar el poder.
Las acusaciones de pederastia y tráfico de personas son especialmente impactantes. En una sociedad con un sistema judicial verdaderamente independiente, estas denuncias habrían sido investigadas con rigor y dureza. Sin embargo, en Bolivia persiste la percepción de que el sistema judicial sigue siendo una herramienta de los poderosos, una extensión del poder político del MAS. Esta sensación de impunidad erosiona la confianza de los ciudadanos y ahonda la división social.
Los defensores de Morales argumentan que todas estas acusaciones son un intento de la “derecha” y los sectores conservadores para desacreditarlo. Este argumento, sin embargo, se vuelve insuficiente cuando las acusaciones van más allá de simples diferencias ideológicas y tocan temas de derechos humanos y delitos de lesa humanidad.
Resulta casi obligatoria la comparación de Morales con figuras históricas como Adolf Hitler, quien pedía “que arda París” ante la inminente caída de su régimen. Ningún líder, sin importar su ideología, debería considerar la destrucción de su propio país como una opción válida para preservar su poder. Esto no solo es una traición a sus ciudadanos, sino también a los principios democráticos y éticos que deberían guiar a toda sociedad.
El daño a la sociedad boliviana es profundo y difícil de reparar. Las generaciones actuales han crecido en un entorno de conflicto político y social, viendo cómo el sistema de justicia se debilita bajo el peso de los intereses políticos y económicos. Este es un legado que Bolivia llevará por muchos años y cuya superación demandará esfuerzo y compromiso por parte de todos los sectores de la sociedad.
A medida que Bolivia se acerca a nuevas elecciones y enfrenta más desafíos económicos y sociales; el país necesita un cambio de rumbo. La polarización y el enfrentamiento no son soluciones sostenibles. La sociedad boliviana debe buscar caminos que promuevan el diálogo, la justicia independiente y el respeto a los derechos humanos.
En última instancia, la sociedad boliviana debe rechazar a aquellos que buscan el poder a costa de la estabilidad y el bienestar del país. La historia ha demostrado que los líderes que ignoran las demandas de justicia y paz solo llevan a sus naciones hacia un camino de decadencia. Bolivia merece algo mejor y la ciudadanía debe estar dispuesta a luchar pacíficamente por ese futuro; lastimosamente los imberbes seguidores de Morales ya no gritan “patria o muerte, venceremos”, como tonto slogan partidario, ahora pareciera que vociferan a los cuatro vientos “sexo, pedofilia y cocaína, que arda toda Bolivia”.
El autor es teólogo, escritor y educador.