Marcelo Miranda Loayza
La sociedad occidental enfrenta una batalla cultural que va más allá de simples confrontaciones ideológicas o partidistas. Esta contienda se enraíza en profundas divisiones sobre valores, identidad y el rol del Estado en la vida de los ciudadanos. La tensión entre izquierda y derecha, entre progresismo y conservadurismo, ha cobrado una relevancia, especialmente palpable, en Estados Unidos.
Gramsci, teórico marxista del Siglo XX, fue el primero en comprender que las luchas políticas no se limitan a conflictos económicos. Para él, las ideas y los valores culturales constituyen una estructura de poder tan crucial como la económica. Las clases dominantes no solo mantienen el poder mediante la fuerza, sino también a través de una «hegemonía cultural», es decir, un conjunto de creencias, valores e ideas que legitiman y refuerzan el sistema dominante. En este sentido, la revolución marxista, no podía limitarse a cambiar las estructuras económicas, también debía transformar la cultura misma.
Este enfoque “gramsciano” se revitalizó tras la Segunda Guerra Mundial, en momentos en que el marxismo tradicional parecía perder fuerza en occidente. La «lucha de clases» ya no resultaba tan atractiva en sociedades donde el progreso económico permitía una creciente clase media. Fue entonces cuando Gramsci y la Escuela de Frankfurt propusieron una estrategia más sutil para imponer sus ideas: una revolución cultural que gradualmente socavaría los valores occidentales y crearía una predisposición favorable hacia el socialismo. Esta «hegemonía cultural» se convirtió en la base de lo que hoy llamamos «progresismo».
La estrategia “gramsciana” de infiltración en la cultura occidental se desplegó a través de publicaciones, libros, conferencias y otros medios de comunicación masiva. Poco a poco, la izquierda logró presentarse como una opción “cool” y avanzada, mientras que el capitalismo fue demonizado. Esto permitió que figuras destacadas de la cultura “chick”, especialmente en Hollywood, adoptaran posturas «progresistas» en temas como los derechos civiles, el feminismo o el ambientalismo, todos ellos envueltos en un discurso de justicia social que, en el fondo, seguía la agenda socialista.
Esta inserción cultural logró un éxito considerable en occidente, donde ser progresista se volvió sinónimo de estar «del lado correcto de la historia». Intelectuales, artistas, celebridades y hasta figuras relevantes de la fe cristiana adoptaron el lenguaje del progresismo, enarbolando la bandera de la justicia social.
Un ejemplo ilustrativo de esta dinámica fue la campaña presidencial de 2024 en Estados Unidos. Figuras mediáticas como el elenco de los «Avengers» expresaron abiertamente su apoyo a la candidatura de Kamala Harris y al partido demócrata. Argumentaron que esta opción representaba la democracia y los derechos individuales, mientras que Trump y sus seguidores simbolizaban una amenaza para dichos valores. Sin embargo, a pesar del enorme respaldo de estas personalidades. El Partido Republicano obtuvo un sorprendente apoyo popular. Esto revela que existió una notable resistencia cultural, una prueba de que las estrategias gramscianas de hegemonía, no son infalibles.
La capacidad de Trump para conectarse con su electorado, especialmente a través de redes sociales, resultó clave en esta resistencia cultural. Frente a las fake news y las narrativas predominantes en los medios, su equipo supo comunicar ideas claras y directas, ofreciendo una alternativa a los valores promovidos por la élite progresista.
El conflicto entre progresismo y conservadurismo en Estados Unidos es, por lo tanto, una lucha por el alma de la cultura occidental. La izquierda progresista ha adoptado la estrategia gramsciana de transformar la cultura desde adentro, usando los medios de comunicación, las universidades y el entretenimiento como herramientas para propagar su visión del mundo. Sin embargo, la reacción conservadora, simbolizada en figuras como Trump, demuestra que estos esfuerzos tienen sus límites.
En última instancia, esta contienda entre izquierda y derecha va más allá de Trump o los «Avengers». Se trata de una disputa sobre qué valores deben predominar en la sociedad occidental. Mientras la izquierda progresista busca una transformación cultural que supere los valores tradicionales, el conservadurismo resiste con fuerza, defendiendo una identidad cultural arraigada en los valores judeocristianos y la autonomía individual.
El autor es teólogo, escritor y educador.