Eric L. Cárdenas del Castillo
La Filosofía Política nos enseña que hay dos tipos de gobierno del Estado: el presidencialista y el del premierato o primer ministro. El primero es el más generalizado y es aquel en el cual en la cúspide de la pirámide de poder está el presidente, que es elegido por el voto ciudadano y tiene un tiempo determinado de duración en su mandato. Se lo denomina primer mandatario, jefe de gobierno, etc. En el segundo tipo está el premierato o del primer ministro, éste es designado por el parlamento u órgano legislativo, como cabeza del órgano ejecutivo, nombra a sus ministros, y rinde cuentas de su gestión ante el mismo cuerpo colegiado que lo designó y puede ser censurado y removido de sus funciones.
En nuestro país, desde su creación como República independiente en 1825, es el sistema presidencialista de gobierno el que rige la administración del poder del Estado. Este es el sistema de gobierno por el cual una persona, así sea elegida, da un carácter muy personalista a sus funciones, además acumula mucho poder, designa a los ministros y demás funcionarios públicos y si bien está sujeto a la normatividad de la Constitución Política, que le fija competencias, límites y atribuciones, el poder que ejerce como jefe de gobierno, le permite un amplio campo de influencia y poder, que suele alcanzar a los últimos y recónditos lugares del territorio y a todas las actividades de la sociedad organizada.
El poder que ejerce el presidente, ha sido y es el camino al caudillismo, es decir al ejercicio del poder personalista y alejado de las previsiones legales que fijan los límites del mismo. Y nuestra historia está llena de caudillos y dictadores, abiertos o encubiertos y que, en buena medida, son los causantes del estado de atraso de nuestra sociedad (salvando algunos gobiernos que fueron beneficiosos). Además, el presidencialismo, ha dado lugar a que en la sociedad se haga un “culto al poder del gobernante”, al que se le asemeja a un príncipe de la pasada monarquía, cuya expresión más representativa fue la frase del rey de Francia Luis XIV, que dijo: “El Estado soy yo”.
Con recursos públicos al presidente se le provee de vivienda (mansión presidencial), avión y helicópteros, vehículos, guardaespaldas, asistentes, secretarias, asesores y una larga lista de gente a su servicio. Se le retribuye con el salario más alto de la administración del Estado y se le rinde culto y honores por su cargo, no por su desempeño. Se gasta millones de dinero en propaganda resaltando a su persona, cuando hacer obras es su obligación. En resumen, se endiosa a un individuo por el hecho de ser presidente, mientras el pueblo padece de necesidades. Pasan a la historia como ex presidentes, la mayoría sin mayor mérito.
Para ejercer alguna profesión o actividad se suele exigir requisitos, así para ser sacerdote hay que estudiar en el seminario, para ser militar cuatro años en el instituto militar, para ser médico seis años de estudio y especialización, etc., pero para ejercer la presidencia el único requisito es haber nacido en Bolivia, tener 35 años de edad, libreta de servicio militar si se es varón, además de no tener deudas al Erario Público. Por consiguiente, todos podemos aspirar a ser presidentes.
En unos meses tendremos que acudir a las urnas para elegir al presidente de entre los candidatos, que hasta ahora llegan a casi dos decenas, algunos ya fueron candidatos en varias elecciones pasadas y hasta ejercieron ya la presidencia. Todos ellos se declaran opositores al régimen populista, y de éste todavía no hay un candidato serio, que no sea el ex presidente Morales Ayma, que estaría inhabilitado por disposiciones legales y judiciales.
Las elecciones de agosto próximo son, seguramente, las más importantes de las últimas décadas, pues el próximo gobierno, tiene muchas tareas para encarar el cuadro de crisis institucional del Estado y de deterioro económico que está afectando a la población, que espera que ese gobierno solucione sus problemas. Las responsabilidades de gobierno, son de urgente solución y no sólo de buenas intenciones electorales, y menos, de extensos programas de gobierno, que muy pocos electores leen.
Ojalá las próximas autoridades elegidas por el voto ciudadano, para que ejerzan el gobierno del Estado, respondan a los requerimientos que necesita el país, pues, en caso contrario, estaremos, una vez más, en un cuadro de frustración colectiva y mayor deterioro de las estructuras institucionales del país.
El autor es Abogado, Politólogo, escritor y docente universitario.