Miguel Ángel Amonzabel Gonzales
Este martes 5 de noviembre, Estados Unidos se apresta a elegir a su 47° presidente, y las encuestas indican un empate virtual entre la candidata demócrata Kamala Harris, actual vicepresidenta, y el republicano Donald Trump, quien ocupó la Casa Blanca de 2016 a 2020. En julio de 2024, Trump contaba con una ventaja sobre Joe Biden, pero con la sorpresiva renuncia de éste último, Harris ha ido ganando terreno en los sondeos, lo que refleja un panorama de incertidumbre y una sociedad profundamente polarizada.
Es crucial analizar por qué, a pesar de las numerosas controversias, Trump mantiene un sólido apoyo que oscila entre el 44% y el 47%. Comprender esta lealtad es esencial para prever los riesgos de un posible retorno al poder. Su primer mandato estuvo marcado por un estilo autoritario, promesas incumplidas y una retórica divisiva, pero estos factores no han mermado la fidelidad de su base. Este fenómeno es fundamental para anticipar las consecuencias de una nueva administración Trump y sus implicaciones para la democracia estadounidense.
El respaldo a Trump, según estudio de opinión, proviene principalmente de las iglesias protestantes y de la población rural de Estados Unidos, mayoritariamente hombres blancos, así como de un número sorprendente de hombres negros que, a pesar de ser menospreciados por el exmandatario, son influenciados por una cultura machista prevalente en estos sectores.
Trump adoptó un estilo de gobierno que muchos han comparado con el de líderes populistas latinoamericanos, estableciendo paralelismos con Hugo Chávez, aunque en una versión estadounidense. Su gestión se caracterizó por una «dictadura personalista», rodeándose de leales y marginando a asesores críticos. Esta tendencia se evidenció en los constantes reemplazos en altos cargos, debilitando la administración pública y desviándose de los estándares democráticos al fomentar un culto a la personalidad.
Durante su campaña de 2016, Trump hizo múltiples promesas que quedaron en el aire. La más emblemática fue la construcción de un muro fronterizo que, según él, México financiaría. Sin embargo, de los 2.092 kilómetros prometidos, solo se completaron 76, lo que representa apenas un 3,6% del total. También prometió derogar el sistema de salud conocido como Obamacare, pero éste sigue en pie, en gran medida debido a su incapacidad para construir consensos en el Congreso. Su promesa de “drenar el pantano” de la corrupción en Washington paradójicamente desembocó en escándalos y conflictos de interés dentro de su propia administración. A pesar de estos fracasos, su base sigue priorizando su retórica anti-establishment sobre los resultados concretos.
La política exterior de Trump se caracterizó por un enfoque aislacionista que debilitó las alianzas estratégicas de Estados Unidos. Se retiró de acuerdos clave como el Acuerdo de París y el Acuerdo Nuclear con Irán, aislando al país en momentos críticos. Sus tensas relaciones con aliados históricos y su indiferencia hacia la OTAN y otras instituciones globales contribuyeron a la percepción de Estados Unidos como un actor poco confiable en el escenario internacional.
La pandemia de COVID-19 expuso aún más las deficiencias de liderazgo de Trump. Desde el inicio, minimizó la gravedad del virus, desalentó el uso de mascarillas y promovió comparaciones erróneas con la gripe. En lugar de coordinar una respuesta nacional, dejó a los estados manejar la crisis de forma independiente, lo que resultó en una de las tasas de mortalidad más altas del mundo. Además, eliminó el equipo de respuesta ante pandemias y recortó fondos a la OMS en un momento crítico, mostrando una falta de empatía y liderazgo que erosionó la confianza en el gobierno federal.
Durante su mandato, Trump mantuvo una retórica divisiva y promovió la desinformación de manera constante. A través de las redes sociales, difundió teorías conspirativas y demonizó a sus oponentes, profundizando la polarización social. En su primer debate con Kamala Harris, fue criticado por difundir falsedades, incluida la afirmación desacreditada de que inmigrantes haitianos “comían las mascotas” de familias en Ohio. Este desprecio por la verdad refleja su disposición a manipular la realidad en su propio beneficio.
El comportamiento de Trump, tanto durante como después de su mandato, plantea serias dudas sobre su compromiso con la democracia. Su negativa a aceptar la derrota en 2020 y su papel en la insurrección del Capitolio evidencian un desprecio hacia el proceso democrático. Al alegar, sin pruebas, un fraude electoral e incitar a sus seguidores a actuar contra el Congreso, demostró su disposición a subvertir el orden democrático en su afán por mantenerse en el poder. Si Trump vuelve a perder, es probable que repita el mismo discurso de fraude y desconocimiento de los resultados, lo que podría socavar aún más la respetable institucionalidad estadounidense.
Un retorno de Trump a la presidencia significaría la reinstauración de políticas autoritarias, aislacionistas y divisivas que caracterizaron su primer mandato. Su incapacidad para manejar crisis, su desprecio por las instituciones y su tendencia a la desinformación y el conflicto son señales claras de que Estados Unidos necesita un liderazgo diferente. Urge un liderazgo que fortalezca la democracia y promueva la unidad nacional, valores que Trump no representa. Ojalá prevalezca la sensatez en Estados Unidos, pues será esencial para construir una nación unida y fortalecida.
El autor es Investigador y analista socioeconómico.