Cuando analizamos cómo ha venido evolucionando la evaluación de los aprendizajes, encontramos hechos que denotan qué poco hemos cambiado, si parto de lo que se recoge en la historia. Por ejemplo, los chinos para integrar sus tropas para la guerra (Siglo II A.C.) previamente evaluaban, elegían a los más fornidos, a los que manejasen mejor sus armas, etc. En el Siglo V (A.C) Sócrates, filósofo griego (1), crea los cuestionarios, buscaba que el alumno analizara e investigara por qué y el para qué de las cosas.
En el Siglo XV, en las universidades la evaluación era a través de exámenes, en forma oral y con presencia de un tribunal de maestros. ¿Qué? En mis estudios universitarios (Siglo XX), ¡fui evaluado de ese modo!
En el Siglo XIX, la evaluación de lo aprendido se realizaba a través de la capacidad de retener y almacenar –entiéndase memorística– del alumno por medio de exámenes, fundamentalmente con lápiz y papel. La forma de valorar el trabajo escolar es por medio de la calificación (asignar notas). Por lo visto, seguimos haciendo lo mismo. ¡No puede ser!
En el Siglo XX, Michael Scriven (filósofo), en 1967 introduce el concepto de evaluación Formativa y Sumativa, señalando que «a partir de una evaluación hay una toma de decisiones», «La evaluación debe ser algo más que la aplicación de un test e instrumentos estandarizados». ¡Qué bien, vamos mejorando!
Y llegamos a nuestros días, con el rompimiento de dogmas y se incorpora en la evaluación de los aprendizajes un enfoque hacia las competencias (2) –duras, blandas, digitales–, donde se contextualiza a los estudiantes como ciudadanos globales. ¡Ya me siento un poco mejor!
Algo que me faltaba, que omití desde un comienzo: ¿Definición de evaluación?, menciono dos:
– «Proceso sistemático para determinar hasta qué punto alcanzan los alumnos los objetivos de la educación»
– «Proceso de recopilación y utilización de la información para tomar decisiones».
Me sigue sonado algo tradicionalista, por lo que les propongo una algo más ¿renovada?, vamos allá:
«Proceso sistemático que permita analizar la aplicación de los conocimientos del estudiante en su interrelación con otras personas en un contexto real, donde además integra los distintos aprendizajes, los relaciona entre sí y los utiliza de manera práctica en las posibles situaciones o circunstancias de la vida cotidiana».
En este instante, me siento ¡MEJOR!, Por qué, se preguntará. Porque coloca al estudiante como centro de atención en lo que debe hacer, cuando se menciona: «la aplicación de los conocimientos del estudiante en su interrelación con otras personas en un contexto real…», «además integra los distintos aprendizajes, los relaciona entre sí y los utiliza de manera práctica en las posibles situaciones o circunstancias de la vida cotidiana».
Si las escuelas, los institutos, las universidades lo hacemos, no queda duda que realmente estamos haciendo, lo que debemos hacer los docentes: ¡TRANSFORMANDO VIDAS!
Notas
(1) Considerado el fundador de la filosofía occidental y uno de los primeros filósofos morales de la tradición ética del pensamiento.
(2) Aprendizaje que se apoya en un saber hacer, saber aplicar, saber ser.