Mario Malpartida
El profesor de filosofía muy inclinado a los sofismas decía: a la primera tonto tú, a la segunda tonto yo, a la tercera tontos los dos. Conseguía de esa manera que sus alumnos entendieran el tema con la primera explicación. Este profesor, siempre vanidoso, no admitía la segunda opción: tonto yo.
Todo esto de las tonterías tiene que ver con la discursiva redundante de los políticos que con su dale que dale irritante, dicen y a vuelven decir lo que ya se conoce, como si los ciudadanos tuvieran la inteligencia menguada; pregonan con arrogancia mentiras como si fueran verdades. Publican en los periódicos gráficos multicolores; participan en entrevistas con preguntas arregladas, y hasta utilizan pizarras digitales, a ver si de manera tan pedagógica los ciudadanos terminan por entender, porque al parecer tienen el entendimiento escaso. ¿Será porque en ocasiones los ciudadanos actúan en el papel de tontos? Con frecuencia, altaneros y enfurecidos salen en marchas, declaran huelgas y organizan bloqueos, (agregan que será hasta las últimas consecuencias), exigen con carácter perentorio y bajo amenazas, que lo que falta hoy, debe aparecer mañana; son suspendidas las medidas bajo promesas y al final nada pasa. La razón es sencilla, y lo peor es dolorosa: ¡nadie puede dar lo que no tiene!; tal parece que la tontería abunda y se pone de moda.
Los vivos comen de los tontos, y los tontos de su trabajo: parlamentarios, ministros y, para generalizar, los quinientos mil empleados que reciben sueldos del gobierno: hacen poco o nada, pero ganan bien. Entonces, ¿quiénes hacen de tontos? Oficialistas y opositores están machaca y remacha, no acaban de comprender que los ciudadanos, más allá de entender, sienten, viven y sufren las consecuencias de tantos desaciertos.
El columnista español Antonio Seoane en uno de sus artículos escribe: «Hay una marcada tendencia a la tontocracia, entendida como gobierno de los mediocres e incluso de los inútiles (…). Han creado una subclase política integrada por gente sin experiencia profesional, laboral, vital. Por lo general inútiles socialmente, pero bien entrenados para guerrear en las estructuras de partido/sindicato/asociación empresarial (…). Sin embargo, eso no es precisamente lo peor, sino la multiplicación de tontos/mediocres/inútiles (…). Lo peor es que si hacemos recuento de las últimas dos décadas, no hace falta más, descubriremos la implantación, que parece definitiva, de la tontocracia…».
Cada país tiene toda laya de políticos. En Bolivia por este tiempo, por ejemplo, muchos de los políticos activos, jefes de partidos y otros aún en fase de promoción, dicen que no son candidatos, aclaran por una y otra vez que aún no son tales, pero que podrían serlo –si se da el caso– por bien del país. Y largan su verborrea hablando en contra del gobierno actual, reiterando con su crítica candorosa lo que ya todos saben. Da la sensación que consideran a los ciudadanos solo sujetos votantes, con criterios mermados y faltos de razón.
Como expresa el periodista mexicano Ricardo Alemán, «Estamos llenos de tonterías realmente. Nuestra clase política está invadida por la tontería. No hay gente de gran calidad intelectual, diría yo (…). Hemos visto en el último tiempo sustituir el diálogo y la participación democrática por el payaseo y la tontería».
Carlos Peña, escritor chileno, en su columna escribe: «La política siempre ha tenido un cierto componente de tontería». Los políticos pueden disentir con las opiniones expuestas, eso no causará extrañeza; importa por sobre todo la opinión de los ciudadanos, siempre que no hagan el papel de tontos.
El autor es periodista.