El 24 de agosto es la fecha que el santoral de la Iglesia Católica asigna a San Bartolomé, una advocación que tiene una relación con nuestro país digna de ser estudiada.
San Bartolomé es una figura que fascinó a los europeos en el medioevo, quizás por la coincidencia en dos fechas que marcaron trágicamente ese periodo: el 24 de agosto de 1459, el más famoso príncipe de Valaquia, Vlad Draculea, o Vlad Tepes, pasó a la historia por haber hecho empalar a más de 3.000 sajones de Brasov en un acto que inspiró a Bram Stoker para su novela “Drácula”. Más de un siglo después, el 24 de agosto de 1572, comenzó la masacre de los hugonotes con la matanza de unas 3.000 personas en París que llegó hasta 20.000 en toda Francia.
Marcos Jiménez de la Espada apuntó que, en los primeros años de la invasión, “los conquistadores de Quito desollaban á honor de San Bartolomé”, lo que da una idea de que, pese a no tener el carácter patronal de otras advocaciones, como Santiago, el santo tenía mucho peso entre los españoles.
En nuestro país, es notable la versión de que San Bartolomé inspiró la historia de la cruz de Carabuco, que se supone que fue encontrada en tiempos coloniales y rescatada en parte por el obispo Alonso Ramírez de Vergara. Se supone que un pedazo de dicha cruz está en la Catedral de Sucre. Lo curioso es que esta historia está relacionada con un mito prehispánico: la historia de Thunupa quien habría sido atado a una cruz y arrojado al Lago Titicaca. La leyenda dice que la cruz flotó y, al llegar a la otra orilla, las aguas se abrieron paso, formando al río Desaguadero.
El mito de Thunupa están muy extendido en los Andes y resulta inquietante cuando se dice que éste, o por lo menos el de la versión de la cruz en el Titicaca, era, en realidad, el propio San Bartolomé, quien habría llegado a nuestro continente en tiempos en los que este no era un desconocido para los antiguos europeos y africanos. La supuesta llegada de israelitas a estas tierras se basa en las teorías de Manase ben Israel, Gregorio García y Adair, quienes afirman que los habitantes de América son descendientes de aquellos.
Como se ve, San Bartolomé no es simplemente una advocación, sino un interesante sujeto de estudio como parte de la historia de Bolivia.
En el caso de Potosí, el santo fue utilizado para reemplazar un culto autóctono preincaico que se practicaba en la quebrada de Mullu Punku, que hoy se conoce como “cueva del diablo”. Ese fue el origen de la festividad de Ch’utillos que este año estrena su título de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.