Recorrimos la Chiquitanía en llamas, llevando socorro, pero también con el interés de visitar a las comunidades donde viven nuestros indígenas originarios, lugareños y bomberos voluntarios.
Es difícil describir el drama que allí se vive, la gran sequía, los montes en llamas, los arboles carbonizados, el éxodo de nuestra gente y los animalitos tratando de sobrevivir entre el llanto de nuestros montes.
Las lágrimas, las quejas, el lamento de nuestra gente son inevitables, una vez más lo han perdido todo: sus chacos, los sembradíos de yuca, arroz, plátanos; sus motacusales de donde extraen el aceite de cusi, que les permite obtener los escasos recursos que aportan a sus economías de subsistencia; ellos son ahora exiliados en su propia tierra.
Fue durísimo escuchar a nuestros nativos decir que no soportan más este ataque dirigido y artero que sufren de parte de los interculturales, que los han cercado y aislado en su propia tierra; que, como sabemos, son comunidades de colonizadores de nuestro territorio, acarreados por el masismo para poblar tierras fiscales, para tomar la tierra de los cruceños, para avanzar sobre la Chiquitanía sin miramiento, así como avanzan sobre Guarayos, el Beni y Pando, arrinconando a los indígenas originarios y lugareños, chaqueando y haciendo cordones y quemando hacia el monte, para que este arda hasta el infinito, con el fin de que el Instituto Nacional de Reforma Agrarias (INRA), les dé la titularidad sobre esas tierras, ya que esa institución es uno de los principales planificadores e impulsores de la toma del oriente boliviano.
Hablamos con los representantes de las centrales indígenas de nuestros pueblos chiquitanos; los caciques –con lágrimas en los ojos– nos contaron que ya no dan más, que están decididos a luchar por sus derechos, que debemos entender que este es un tema de sobrevivencia o de muerte y de extinción. Pudimos constatar cifras escalofriantes, solo quedan en la Chiquitanía 24 centrales de nuestros originarios, frente a más de 400 comunidades de colonos que han sido establecidas en los últimos años y todavía siguen llegando, siguen demandando tierras, siguen pasando por encima de los originarios que no han sido dotados de la titulación de sus propias tierras y que, con todo tipo de artimañas, son relegados frente a los advenedizos.
Pudimos ver pahuichis de nuestros originarios, destruidos por el fuego y casas de material con tres habitaciones, cocina, con vidrios blindex y aire acondicionado, que son parte de los planes de vivienda que el gobierno otorga a los cabecillas incendiarios encargados de la destrucción de nuestras tierras chiquitanas, lo mismo vale para Guarayos, el Beni y Pando.
Y así suman y siguen las injusticias: el gobierno manda donaciones para repartirlas entre los que quemaron y ahora seguirán detentando la tierra para que éstos sigan luchando por la posesión, mientras nuestros indígenas y lugareños son abandonados a su suerte. Los que apagan los incendios y luchan sin descanso son los bomberos voluntarios y bomberos comunales, a quienes no les otorgan ni un solo equipo básico, ni les dan alimentos, mucho menos transporte. No los acreditan porque el gobierno no quiere que estos bomberos sean habilitados y reconocidos porque luchan sin descanso, ya que luchan por su tierra, luchan por amor a su tierra. El gobierno ha tenido la mala fe de decir que estos bomberos son incendiarios porque ellos son la única garantía de lucha franca y decidida contra el fuego.
Es muy triste contemplar la destrucción de nuestros montes, cómo crujen de dolor, cómo nuestros animalitos que no entienden el sufrimiento que les ha llegado huyen despavoridos. Los incendiarios luego trafican carbón, trafican el cuerpo incinerado de nuestros árboles guardianes del agua y del monte seco chiquitano; trafican la muerte y el horror de nuestros compañeros de vida, árboles que no pueden huir del holocausto.
Horroriza conocer de primera mano los testimonios de cómo se urde la destrucción y mueve el alma saber que este crimen está sucediendo bajo nuestra mirada cómplice, bajo nuestro total abandono y dejadez.
Nunca como ahora sentí el grito de mi tierra, la voz de mi tierra chiquitana tragando fuego, rota y gimiendo de dolor en medio de las llamas.
Quiero convocar a todos a luchar por la Chiquitanía, no dejemos que la despedacen; no dejemos que sea el botín de una jauría de políticos insensatos y hambrientos de poder; no dejemos que sean dictadas más leyes destructivas para disponer de lo que queda para la destrucción. Exijamos respeto para que seamos nosotros quienes propongamos una legislación apropiada; exijamos respeto para nuestros pueblos, para nuestra flora, para nuestra fauna, para nuestro modo de producción integrada a nuestros modos y costumbres y a nuestra propia visión productiva.
Quiero convocarlos a esta gran cruzada que debe convertirse en la causa común de la Chiquitanía, libre de violencia y violadores, libre de una destrucción insana, libre de apetitos políticos enfermos y cargados de odio y segregación cultural.
Levantemos la voz, no es nomás hacer campañas electorales para lidiar o medrar con los restos del poder, tenemos que luchar por causas nobles y esta es la causa más noble en la que podemos poner todo nuestro esfuerzo y nuestro valor como cruceños. Es hora de comprometerse con esta lucha.
Para mí no fue un viaje más, fue un credo de convicción, vi que nuestra tierra lastimada está más viva que nunca, clama nuestro concurso, clama por justicia, exige que seamos valientes y dignos hijos de este paraíso en el que Dios no trajo al mundo.
¡Yo me comprometo!, ahora ustedes también tienen la palabra para comprometerse.
Para encarar esta lucha por el respeto a nuestros montes, fauna, flora y sistema de vida y producción hemos creado el movimiento SALVEMOS LA CHIQUITANÍA, que es un primer eslabón en la gran cruzada por nuestros ecosistemas de Beni, Pando, Guarayos y que debe articularse en una lucha conjunta. Todas las adscripciones serán bienvenidas dentro de los estamentos que se definirán a fin de establecer una organización ordenada, respetuosa y con acciones concatenadas y enmarcadas en principios rectores.
La autora es Senadora Nacional.