Manfredo Kempff Suárez
Sobre las inquietudes que nos causan los ruidosos moscardones que son dueños del poder en Bolivia, todavía tenemos que ocuparnos (o preocuparnos) de los malandrines que gobiernan en Venezuela, que, sin duda, son más pícaros y sinvergüenzas, que nuestra baja ralea gobernante. Los nuestros son fraudulentos e ineficientes, pero resultan meros aprendices al lado de los consumados maestros chavistas, que, en verdad, nos han enseñado todas las malas artes que se debe manejar para aferrarse del mando de una nación.
Los “maduristas”, herederos de Chávez, tienen al 80% del mundo en contra, pero el 20% restante les resulta suficiente para sobrevivir recurriendo a blasfemias y embustes groseros. Ahí tienen a los rusos, chinos, iraníes y a algunos babosos diplomáticos bolivianos, para su defensa frente al imperialismo gringo. Mas lo peor es que debajo de la maravillosa bóveda de la Capilla Sixtina, en el Vaticano, les ha surgido un aliado imprevisto, comprensivo y tolerante. Entre olor a incienso y el roce de hábitos de rojo púrpura, apareció alguien vestido de sotana y solideo blancos.
Yo soy católico de la Iglesia de Roma, por si acaso. Mi esposa es una piadosa cristiana como es mi familia. Mas lo cierto es que soy hombre de poca fe, no un traga hostias; no voy a misa sino en matrimonios de parientes y en las grandes fechas del catolicismo. Sin embargo, guardo la admiración más grande por la Iglesia y la defiendo, porque en sus fríos claustros de Europa se salvó la cultura occidental. En sus bibliotecas heladas pudieron sobrevivir los textos originales de Aristóteles, Platón o los elocuentes discursos de Cicerón. Para no hablar de Homero, el más antiguo de todos. La Iglesia conserva los incunables de los mayores pensadores del mundo renacentista europeo y posterior. ¿Cómo no admirarla? Aunque la fe flaquee, ¿cómo no ser un fiel defensor de quien preservó la cultura de occidente?
La Iglesia cometió enormes errores y hasta crímenes. Pero los grandes papas los reconocieron y pidieron perdón. El Santo Oficio fue de una barbarie inconcebible, negadora de la civilización. Pero cristianizar América, salvar de la esclavitud a los indígenas, educarlos, y protegerlos de quienes venían con broncíneas corazas y espadas de doble filo, montados en grandes bestias, en busca de oro, no tiene precio. Las misiones jesuíticas en el oriente de Bolivia, son una pequeña muestra de la piedad y el amor de los curas por los abandonados y hambrientos perseguidos por esclavistas; por las mujeres cuyo único destino era parir aun sin haber terminado de crecer y sin saber para quién. Haberles hecho amar e interpretar la música, construir sus propios instrumentos, sin que solamente imitaran el canto de las aves del monte, fue algo grandioso de los curas.
Ayer, hurgando mi celular, me encontré con un video del prolífico escritor y periodista peruano Jaime Bayly que me dejó paralizado. Más que sus inquietantes y atrevidas novelas. Era que el Vaticano acreditaba como nuevo Nuncio Apostólico en Caracas, a monseñor Alberto Ortega Martín, español. ¿Cómo? ¿Que el papa enviara un embajador ante el maestro del fraude electoral? Quedé frío, como se quedó Bayly y seguramente que los cientos de millones de personas que deploran al dictador Maduro. ¿Cómo era posible que el papa Francisco le hubiera hecho tan grande favor al déspota, pegándole una tremenda cachetada a María Corina Machado, y también a Edmundo González y a todos los venezolanos que ganaron en las elecciones del 28 de julio? El papa es un personaje muy bien informado; más todavía si como argentino se trata de temas de Venezuela. Entonces, por desinformación, no se produjo esa aberración diplomática.
Si dejamos de lado las consideraciones que el papa se merece, habría que afirmar que el Vaticano cometió una canallada y una verdadera cobardía, precisamente cuando la democracia venezolana más necesitaba de un apoyo de la Iglesia, de un desprecio al déspota o de la indiferencia absoluta. No fue así, se lo ayudó dejando atónitos a los católicos de bien.
Lamento tener que decirlo yo, aunque el papa nunca se enterará de que existo, y ya serán muchos quienes lo habrán escrito o dicho, porque semejante desatino no tiene explicación. Estos son los momentos en que el mundo cristiano extraña a personalidades como ese gran pontífice que fue el polaco Carol Wojtyla, Juan Paulo II, tan inteligente y colmado de coraje, que llenó con sus acciones una parte de la historia europea y mundial, eso que está desperdiciando el dubitante y desorientado Francisco, timorato y débil ante los dictadores.