Claudia N. Herbas Flores
En el extremo superior del mapa de Sudamérica, está Venezuela que se encuentra atrapada en un ciclo de sufrimiento y desesperanza bajo el régimen de Nicolás Maduro. Las recientes elecciones del domingo 28 de julio, ampliamente cuestionadas por la comunidad internacional, vetadas por la Organización de los Estados Americanos (OEA) y repudiadas por las masas de la población venezolana y de otras latitudes, han sido el reflejo de una profunda crisis estructural que va más allá de los resultados electorales por más de 25 años de opresión del pueblo venezolano. Son un símbolo palpable de la impotencia que embarga a los ciudadanos en su lucha por una democracia genuina y un futuro con un mejor porvenir.
Maduro, quien asumió el poder en 2013 tras la muerte de Hugo Chávez, ha visto su gobierno deslegitimado por una serie de elecciones cuestionables que, lejos de solucionar los problemas del país, han exacerbado su crisis económica y humanitaria. Las elecciones de 2024 no fueron una excepción; las alegaciones de fraude y manipulación del proceso electoral han desencadenado una ola de protestas y rechazo tanto dentro como fuera del país. Desde Javier Milei, Donald Trump, Elon Musk hasta Mark Zuckenberg han dado fuertes declaraciones de rechazo a esta coyuntura injusta que ya se volvió viral e internacional, pero más que todo visceral-emocional en millones de personas que han unido su voz en un solo eco de solidaridad en las redes sociales.
En Venezuela, la realidad cotidiana se ha convertido en un tormento que ha desbordado fronteras con venezolanos mendigando en las calles de Bolivia, Chile, Colombia y Ecuador, entre otros países. La inflación descontrolada ha hecho que su moneda, el bolívar, sea casi inútil, y la escasez de alimentos y medicinas ha alcanzado niveles críticos. Las imágenes de ciudadanos rebuscando en la basura o haciendo largas colas para conseguir lo más básico son dolorosamente comunes. Los hospitales se encuentran colapsados, sin suministros médicos esenciales, y la pobreza ha alcanzado niveles históricos. El descontento popular, ha hecho presa de las esperanzas de miles de niños y jóvenes, y eso es pecado imperdonable para un líder consciente y paternal.
El sentimiento de impotencia es omnipresente tanto en Venezuela como en el mundo. La voz de venezolanos y su acción reacción está latiendo incesantemente en los policías que se sublevaron y se quitaron hasta su uniforme, los jóvenes que claman por libertad y los ancianos que yacen en sus humildes hogares con sus débiles cuerpos, pero fuertes de espíritu.
Se orquesta la protesta contra Maduro, el de corazón duro, que no supo aplicar el legado y principios del padre de la República bolivariana, el Libertador de ese país y de Bolivia, el Gran general Simón Bolívar que dijo: “El hombre de honor no tiene más patria que aquella en que se protegen los derechos de los ciudadanos y se respeta el carácter sagrado de la humanidad”.
La autora es comunicadora social, docente de postgrado y escritora.