La ciudadanía, en sus diferentes sectores, no desea asistir, el año del bicentenario, a un escenario electoral “enguerrillado”, por intereses sectarios. Anhela una paz productiva, en democracia, que le permita sobrellevar la crisis económica, heredada de los gobiernos de turno. Que signifique una canasta familiar accesible al bolsillo de los más humildes. Tampoco piensa seguir viviendo sobre ascuas, ante la escasez de combustibles y de la moneda norteamericana. Ni inmovilizada por los salvajes bloqueos. Menos amedrentada por extremistas, que exigen medidas de nacionalización. Aspira a que niños y jóvenes, del campo y de la ciudad, asistan regularmente a clases, sin que medien obstáculos.
Están equivocados, en consecuencia, quienes creen que la ciudadanía se movilizaría, en cualquier momento, acatando su voz de mando. Pero no olvidemos que es sabia y soberana, para asumir decisiones oportunas. No puede ser conducida, como manada, para favorecer a nefastos personajes.
No faltarán, en este marco, los angurrientos por el Poder, que para imponer sus designios hasta convulsionarán al país, en busca, quizá, de alterar el calendario electoral, a fin de beneficiarse políticamente. Éstos, según sostienen, aún gozarían del respaldo de sus acólitos y no así de los dirigentes vendidos por un plato de lentejas. Pero en el occidente han perdido fuerza.
Ciertos elementos, entre ellos los radicales, no vacilarán en salir a las calles y los caminos, con la manida consigna de bloquear, por mezquinas demandas. “Hasta sus últimas consecuencias”, dirán quienes representan el extremismo en política. “Los bloqueos son atentados contra toda la nación y le causan desprestigio internacional. Son acciones negativas que ahuyentan inversiones, reducen la producción, destruyen lo medianamente fabricado, paralizan maquinaria y causan desastres económicos” (1). Atentan, asimismo, contra la educación, la salud y el bienestar social. “Métale nomás” dirán, sin temor al juicio de la historia.
Esta gente, por lo visto, no tiene cultura de tolerancia. Según un conocido politólogo boliviano, “la tolerancia en Bolivia es muy baja” (2). He ahí la verdad. La tolerancia, en la actividad política, promueve, particularmente, el diálogo y entendimiento, por el bien común. Prioriza la convivencia civilizada, en el marco del respeto de los unos a los otros. E insta a resolver determinados conflictos, no siempre mediante consensos, sino puntos de coincidencia. La cultura de la tolerancia debería honrar el espíritu y la praxis del sistema democrático. Los excesos están muy al margen de éste, vigente desde octubre de 1982.
En suma: Bolivia requiere paz productiva para superar los escollos de la coyuntura. Para generar empleo, sinónimo de bienestar. Para consolidar el sistema democrático.
NOTAS
(1) “Consecuencias dañinas de medidas de presión”. EL DIARIO, La Paz – Bolivia, 12 de noviembre de 2023.
(2) “Bolivia: visiones de futuro”. Talleres de Editorial Offset Boliviana Ltda., La Paz – Bolivia, octubre de 2002. Pág. 120.