Marcelo Miranda Loayza
A lo largo de la historia de la humanidad, la conceptualización ha sido un eje fundamental en la estructura del lenguaje. Friedrich Hegel, en su profundo análisis filosófico, destacaba que la conceptualización no es un mero ejercicio intelectual, sino una herramienta de poder. Según Hegel, cuando una idea se conceptualiza y es aceptada de manera generalizada, el “otro” adopta esa idea como propia, extendiendo así el poder de quien la concibió. Este fenómeno convierte al lenguaje en un vehículo no solo de comunicación, sino de dominación.
Por otro lado, Walter Benjamin, otro filósofo de renombre, sostiene que el lenguaje, en su esencia, no es una forma de comunicación, sino una expresión interior del ser. Para Benjamin, las palabras no nacen del deseo de comunicar, sino de una profunda introspección que busca comprender y expresar el porqué de las cosas. Desde esta perspectiva, el lenguaje se convierte en una manifestación auténtica del ser, más allá de la mera transmisión de ideas.
Estas dos perspectivas filosóficas, aunque diferentes, coinciden en un aspecto fundamental: el lenguaje, sea como manifestación de poder o como expresión del ser, nace de una reflexión profunda. Es en este punto donde se plantea la necesidad imperiosa de un análisis crítico antes de aceptar cualquier concepto. Sin esta reflexión, las palabras y los conceptos pueden transformarse fácilmente en ideologías.
La ideología, por definición, no requiere de un pensamiento crítico ni de una reflexión profunda. Basta con repetir una consigna de manera constante para que se convierta en una verdad irrefutable. Este fenómeno es precisamente lo que ha llevado a la manipulación del lenguaje en la actualidad. Los regímenes progresistas, por su afán de control, han encontrado en la reconceptualización del lenguaje una herramienta poderosa para la manipulación masiva.
La reconceptualización, lejos de ser una vía para la inclusión o el progreso, se presenta como una forma de manipulación. Cuando son alterados los significados de las palabras para acomodarlos a una agenda particular, se está perpetrando un abuso sobre el pensamiento colectivo. Quienes controlan el lenguaje controlan también la manera en que pensamos y, en última instancia, cómo actuamos.
Es aquí donde surge la necesidad de fomentar círculos de reflexión filosófica y crítica. Los “think tanks” (grupos de pensamiento autónomos) se presentan como alternativas válidas frente a esta manipulación ideológica. Estos grupos promueven el debate, el diálogo y la reflexión intelectual, ofreciendo un espacio donde las ideas pueden ser analizadas de manera crítica antes de ser aceptadas.
Sin embargo, estos espacios de reflexión se enfrentan a grandes desafíos. En un mundo donde la repetición de consignas simplistas parece ser más efectiva que la reflexión profunda, quienes piensan críticamente a menudo son marginados o perseguidos. En lugar de fomentar un pensamiento crítico, se prefiere acoger a aquellos que simplemente aceptan sin cuestionar.
Esta situación plantea una pregunta crucial: ¿cómo podemos resistir la manipulación del lenguaje y fomentar una reflexión crítica en la sociedad? La respuesta, aunque compleja, radica en la educación y en la promoción de espacios donde el pensamiento crítico sea valorado. Es imperativo enseñar a las nuevas generaciones no solo a comunicarse, sino a reflexionar sobre el significado de las palabras y los conceptos que utilizan.
La reflexión filosófica y crítica se convierte así en una herramienta indispensable para resistir esta manipulación. No se trata solo de cuestionar los conceptos que se nos presentan, sino de indagar profundamente en su origen y en las intenciones detrás de su conceptualización. Solo a través de este proceso podremos mantener nuestra autonomía intelectual y evitar caer en la trampa de la ideología.
El autor es teólogo, escritor y educador.