Windsor Hernani Limarino
El 28 de julio habrá elecciones en Venezuela. Dos son los principales candidatos. Nicolás Maduro representa a la revolución bolivariana que está en el poder por más de veinte años. Es el sucesor de Hugo Chávez y ha conducido a Venezuela por dos períodos consecutivos, llevándola al desastre.
El contrincante es Edmundo González. Tiene el apoyo de la oposición, principalmente de Marina Corina Machado, quien ganó las primarias con un 92%, pero fue inhabilitada por el Tribunal Supremo.
En ese marco, la pregunta que todos quisieran saber es: ¿quién será el próximo Presidente de Venezuela?
Desde el wishful thinking, la respuesta es inequívoca, la mayoría desean ver fuera a Maduro y sus acólitos, han hecho demasiado daño. Sin embargo, la respuesta anterior es de naturaleza emocional y axiológica, la posible salida o no de Maduro, va más allá de las elecciones y consecuentemente requiere de un análisis más real (realpolitik). Una herramienta muy utilizada en el análisis político, de conflictos y en relaciones internacionales, que permite predecir el comportamiento de personas frente a determinadas circunstancias, es teoría de juegos.
El juego clásico es “el dilema del prisionero”. Refiere a dos acusados de asalto, quienes son interrogados por separado, enfrentando la decisión de confesar o negar los hechos. Si los dos callan, no habrá pruebas concluyentes y saldrán libres; en cambio si ambos confiesan van a prisión por seis años. En caso que solo uno de ellos declarase en contra del otro, se le concedería un trato favorable, de solo un año en prisión. El juego analiza las posibles soluciones y cuál debiera ser la actitud racional, si cooperativa o no cooperativa, frente a situaciones de incertidumbre e incentivos.
Un juego extremo es el de supervivencia, como su nombre indica es cuando lo que está en juego es la vida. En ese caso, la recompensa del éxito es la perdurabilidad y la pena por el fracaso es la muerte. La lucha por la vida hace que el jugador no tenga límites, eche mano de todo lo que tiene a su alcance, incluso aquello que es ilegal o irracional. El comportamiento del jugador deja de ser racional, para actuar por instinto. Es el instinto de supervivencia, que surge en los animales acorralados. Si el animal es además una fiera –tiene poder– y está herido, más vale ni acercarse.
Las próximas elecciones para Nicolás Maduro tienen ese significado. Se asemeja a un juego de supervivencia, que va más allá de la reelección presidencial, ya que la pérdida del poder sería para él, la ruina, la catástrofe, la cárcel.
Cabe recordar que el Programa de recompensas por narcóticos de los EEUU ofreció hasta 15 millones de dólares por información que conduzca al arresto de Maduro; y la Corte Penal Internacional ha confirmado la continuidad de las investigaciones contra Maduro y otras altas autoridades. Tienen elementos de convicción suficientes para sostener que con probabilidad se han cometido delitos de lesa humanidad como: detenciones arbitrarias, torturas, violencia sexual y desapariciones forzadas. Son delitos que por su gravedad no prescriben y tienen jurisdicción universal, por tanto. son sujetos a persecución penal allá donde se encuentre.
La pérdida del poder de Maduro allanaría e impulsaría las investigaciones de la fiscalía de la Corte Penal, que podría incluso emitir órdenes de comparecencia o de arresto. Maduro lo sabe, por ello, debe ganar o ganar, no hay alternativa. Textualmente ya ha manifestado que: “vamos a ganar por las buenas o por las malas”.
El fraude electoral, la manipulación del sistema electoral, la adulteración del voto, la compra de votos o la intimidación del votante, siempre fue el denominador común de las anteriores elecciones. Por ello, Maduro ha cerrado la puerta a las veedurías, anulando la invitación a la Unión Europea y se ha retirado de la OEA para evitar los cuestionamientos que realizaba la Asamblea General y el Consejo Interamericano de Derechos Humanos.
La simpatía por González día a día crece y la posibilidad de derrotarlo es una oportunidad que entusiasma como nunca. Frente a ello una opción para Maduro es recurrir al miedo y la violencia, para asegurar la continuidad del poder. Casualidad o no, no sólo mantiene a militares acusados de torturas, sino que los ha ascendido y recientemente manifestó que, si no resulta reelecto, el país podría enfrentar una “guerra civil fratricida” y Machado emitió una alerta mundial por la escalada represiva del régimen.
Nicolás Maduro ha seguido a pie juntillas el manual de la dictadura cubana. En consecuencia, sospecho que no importa qué suceda en las elecciones, como en Cuba o Nicaragua, lamentablemente Maduro no va entregar el poder.
Windsor Hernani Limarino es diplomático.