Severo Cruz Selaez
En la historia democrática están presentes partidos políticos pequeños y grandes, que contribuyeron unas veces al avance y otras al retroceso nacional. Liderados, en ese contexto, por reconocidos personajes o por nefastos oportunistas, demagogos y angurrientos de Poder. “El individuo con angurria de poder es resultado de varias causas, entre ellas su carencia de vida social, su falta de conocimiento y comprensión del ambiente, su sobrevaloración de sus condiciones individuales. Hasta cree ser un personaje mesiánico, cuya sola presencia en la vida pública podría hacer cambiar el rumbo de su pueblo y de la humanidad” (*). He ahí quienes vivieron, cómodamente, succionando las arcas del Estado.
El Poder desgasta, corrompe y destruye. Ha sepultado, asimismo, importantes proyectos. Ha empañado la imagen de conocidos políticos. Puso en tela de juicio discursos. Basta revisar el pasado, para cerciorarse de dichos casos. Muchos alcanzaron el Poder para medrar con recursos fiscales. Para salir de la pobreza, en nombre de los desheredados. Mientras éstos se multiplicaron.
El partido que cambió el rostro de Bolivia, en los años 50 del siglo pasado, fue aquejado, como tantos otros, por aquel síndrome tan devastador. La traición, alentada por intereses mezquinos, estuvo en medio. A ello se sumaron despropósitos, asumidos desde el Poder Ejecutivo. Un movimiento político, que había despertado no solo expectativa, sino adhesión regional, por sus medidas de transformación profunda, acabó arriando sus banderas, por divergencias internas. Lo hizo reivindicando la dignidad de los campesinos, con la devolución de las tierras que estuvieron en manos de pocos. Restituyendo los minerales al seno del Estado boliviano. Introduciendo el voto universal, desechando el voto selectivo. Sembrando en el agro educación básica, que no era permitida en épocas anteriores.
Conquistas y avances que no tuvieron parangón desde 1952. Pero los errores, los excesos y otros desatinos provocaron la escisión en sus filas partidarias, tan compactas otrora. Asimismo, sus principales dirigentes optaron por fundar sus “partidos”, o pequeños sectores, que incluían la “V” de la victoria. Del tronco matriz se desprendieron muchas “ramas” que, con el correr del tiempo, acabaron debilitando a ese partido. Deteriorando, en definitiva, su unidad. Restando el empuje transformador que lo caracterizaba. Y sobrevino la catástrofe.
Sus bases de sustentación, se dispersaron, particularmente, en el occidente. “Quien ganaba el occidente, ganaba el país”, se afirmaba. Pero lo perdieron. Aún no habían surgido los “ponchos rojos”, ni las mujeres llamadas bartolinas. Los campesinos habían sido provistos de armamento, para defender, supuestamente, la revolución. A la cabeza de las organizaciones estuvieron los secretarios generales. ¿Después del “jefe”, quién?, se preguntaba la gente. Pero la política es tan dinámica, que generó la respuesta más inmediata.
En suma: he ahí la trayectoria de un partido que dio curso a medidas revolucionarias.
(*) “Morbosas ambiciones de poder y figuración”. EL DIARIO, La Paz – Bolivia, 30 de diciembre de 2023.