Jorge Roberto Marquez Meruvia
La decadencia parece estar representada en La Paz; atrás ha quedado el siglo paceño que comenzaría en 1900, cuando se convertiría en el centro político y económico del país. La guerra federal logró romper la hegemonía de la plata y del conservadurismo con una nueva consigna, que fue traicionada por los mismos actores victoriosos al no modificar la Constitución de 1880 y dejar el federalismo en el discurso. A pesar de aquello, la sede de gobierno fue la ciudad de mayor crecimiento del país; los partidos políticos a nivel nacional tenían sus sedes partidarias, al igual que las centrales de diversas importadoras y empresas. Las embajadas y diversos organismos internacionales, al igual que los representantes de agencias de noticias, tienen presencia en La Paz. La revolución nacional, el voto universal, el escenario de cruentas dictaduras, la recuperación de la democracia y la descentralización se forjaron desde la otrora ínclita ciudad.
El Siglo XXI trajo consigo desafíos: la ciudad se vio afectada por las lluvias, los primeros años de los dos mil trajeron luto y dolor, pero aprendimos que la gestión de riesgos es fundamental para acompañar el crecimiento de la ciudad, que se extiende sobre los ríos (aunque no es la única en el mundo). Es la primera ciudad del país en ofrecer transporte público moderno, tras implementar los PumaKatari; podemos mencionar también el teleférico, que es el transporte por cable más largo del planeta. Resguardada por el Illimani, sus laderas y lugares de ensueño, nuestra ciudad formó parte de las siete ciudades maravillas del mundo. La ciudad se posicionó como capital iberoamericana de las culturas. ¿Quién hubiera imaginado que don Miguel de Cervantes le pidió a Felipe II ser Corregidor de la ciudad? Solicitud que fue denegada y nos privó de haber tenido entre nosotros al creador del Quijote. Gran parte de los presidentes del país son paceños, aunque la memoria de sus habitantes no lo recuerde y los tenga en el olvido.
La pandemia, al igual que golpeó a las grandes capitales, también lo hizo con la sede de gobierno. Jamás perdimos la esperanza y nos habituamos a lo que denominamos la “nueva normalidad”. Lo que no pudimos imaginar es que los mayores destructores de la ciudad y de todo lo avanzado serían nuestros gobernantes, que andan prestos para la fiesta y la farra, son los grandes invitados de los prestes y tratan de distraernos con verbenas que, según ellos, se encuentran a la altura de un festival internacional. La falta de trabajo de prevención de riesgos carcomió diversos sectores de la urbe con pérdidas humanas, y el símbolo de ello es el cierre de San Francisco por la no atención inmediata del embovedado. Muestran sin sonrojo la improvisación de sus proyectos, como el de la ciclovía, que se encuentra paralizada y, según las autoridades ediles, los técnicos que trabajaron en ella olvidaron detalles como la topografía. Proliferaron las construcciones fuera de norma, afectando a cientos de familias paceñas, con la complicidad de los ediles.
Tal como menciona Juan Villoro en El vértigo horizontal: «‘Nadie sobrevive en silencio’. Después de una tragedia, el lenguaje es como el revuelto alfabeto de la máquina de escribir: llega en desorden, pero poco a poco se articula para otorgarle sentido a lo que no lo tiene. Hablamos para entender aquello que desafía el entendimiento. Con más superstición que certidumbre, pensamos que, si algo puede ser dicho, también puede ser superado. Las palabras sanan». Así, varios paceños interpelan al alcalde en su programa radial; sin ningún miedo le hacen conocer su descontento a una autoridad que un día puede ser experto en ciclovías y al otro gran conocedor de panadería. El desastre lo vemos día con día en nuestras calles, mientras la máxima autoridad ejecutiva juega al reportero. A pesar del escenario dantesco, del urbicidio cotidiano desde el municipio, los paceños todavía tenemos esperanza en mejores días, aunque no podamos negar que nuestra ciudad se encuentra en su ocaso.
El autor es politólogo.