Manfredo Kempff Suárez
Este gobierno no debería existir. Hace tiempo que debió irse a su casa. Pero, claro, no se puede, porque dizque vivimos en democracia. Tiene que permanecer hasta el final para que rinda cuentas y no reclame que fue víctima de un “golpe”. Es el colmo que, como consecuencia de las ansiedades de un gozador de ninfas campesinas, Bolivia esté entrando en una etapa de descomposición absoluta. No es creíble que un gobierno le tema de tal manera a un sujeto como para no llevarlo a un juicio de acuerdo a ley. Claro, no se trata solo de temor a ese individuo, sino de antiguas complicidades con él, de viejas veneraciones hacia su persona, que no le permite llevarlo a la cárcel.
Esta administración ya no aguanta más. Ya no soporta la consecuencia de tantos errores y de tantas burradas. Desde el inicio del MAS fueron construidos costosos aeropuertos sin utilidad alguna, a donde no llega ni un avión; levantaron fábricas que dan pérdida porque las instalaron lejos de los mercados de consumo; un carísimo ingenio azucarero en donde no se produce caña de azúcar; mal utilizan uno de los salares más grandes del planeta y habiendo anunciado convertir a Bolivia en un emporio de riqueza del litio, solo son capaces de hacer salmueras y poco más. Habría un sinnúmero de aspectos que observar desde el punto de vista financiero y de crecimiento, pero la oscuridad que produce el humo de las quemazones en Chiquitos ya nos nubla la vista.
Lo que no podemos dejar de lado es afirmar que Bolivia se ha convertido, en los últimos 20 años, en la nación más estrangulada del mundo por los bloqueos (“Bloquivia”, la llamaba mi recordado amigo Agustín Saavedra). En Bolivia se bloquea por todo y por nada. Bloquean zurdos o diestros. Si bien no se puede impedir ni las marchas ni las protestas, porque están permitidas por la Constitución, los bloqueos son inconstitucionales. Y son inconstitucionales porque no permiten la libre circulación de bienes y personas. Sin embargo, todos los días hay bloqueos, al extremo de que las naciones vecinas han optado por construir rutas interoceánicas, eludiendo intencionalmente a Bolivia, debido a no están dispuestas a que sus “trailers” se queden en la carretera porque alguien atropelló un burro y el dueño exige que el gobierno le pague el daño y mientras tanto bloquea.
Cuando escribo esta nota, Evo Morales ha armado veinte cercos en los caminos del país, porque clama para que se levanten las prohibiciones que le impone la ley para ser candidato a la presidencia. Entre otras, delitos de estupro y violación, que parecen irrefutables. El gobierno nada hace para despejar las rutas, y las pérdidas son millonarias. Las autoridades han sido buenas para actuar con espectaculares operaciones, tipo comando, como fue para apresar a la indefensa expresidenta Jeanine Añez y al gobernador cruceño Luis Fernando Camacho, pero tiemblan ante la idea de hacer lo mismo con Morales.
Y hoy vivimos algo insólito, algo único en el mundo. Los del transporte pesado, cabreados del bloqueo de Evo Morales que no los deja trabajar, han anunciado una protesta contra Arce. ¿Cómo? ¡Con otro bloqueo! Es decir que van a bloquear a los bloqueadores. Bloquearán los “evistas” por un lado y los transportistas por el otro. ¿Falta algo más?
Quienes comentamos sobre política en los últimos años, estamos sumergidos en un pandemónium de mentecateces y escándalos que nos amargan la existencia. Es imposible escribir sobre tantos asuntos de interés y sobre cosas bellas que hay en la vida, si cada día se produce alguna declaración estúpida de una alta autoridad, o se denuncia un desfalco al Estado, o se certifica que los gobernantes se farrearon todo el gas, que se gastaron las reservas internacionales, que a falta de combustible volveremos a los carretones y al arado, y hasta que el supremo cacique del Cambio había sido un pedófilo pervertido. Tengo la triste impresión de que ser columnista es un oficio tan desgraciado y amargo como ser comentarista de fútbol cuando juega nuestra selección.