Marcelo Miranda Loayza
Cuando se pierde la democracia a través de promesas falsas, engaños y el manejo de masas, es casi imposible recuperarla en el mismo lugar donde se la perdió: en las urnas. Esta realidad es palpable en el contexto actual de Venezuela, donde la reelección de Nicolás Maduro ha dejado al país en un estado de tiranía. Un Órgano Electoral con severas dudas sobre su honestidad, milicias armadas en las calles y la prohibición a la entrada de veedores internacionales son claros indicios de un sistema corrompido. Desde la perspectiva del filósofo y economista Friedrich Hayek esta situación no es sorprendente.
Hayek argumentaba que la democracia puede ser una víctima fácil del colectivismo mentiroso que promueve la supuesta búsqueda de la justicia social y del bien común. Este colectivismo, una vez en el poder, se niega a abandonarlo. La adicción al poder, por ende, resulta más difícil de abandonar que a la heroína. Esto es evidente en el caso de Maduro, cuyo gobierno se aferra al poder a toda costa, corrompiendo la justicia y manipulando los órganos electorales.
El problema radica en que los gobiernos tiránicos, una vez en el poder, tienden a aferrarse a él, utilizando la prebenda y el tráfico de influencias para mantener su control. Esto crea un ciclo vicioso donde es poco probable que una verdadera democracia resurja a través de las urnas. La situación en Venezuela es un ejemplo claro de esta dinámica. Las milicias armadas y la represión de opositores son tácticas comunes utilizadas por los regímenes autoritarios para silenciar la disidencia y perpetuar su dominio.
La democracia en Venezuela ha muerto. Pensar en su recuperación a través de las urnas es caer en una ingenuidad casi infantil. Hayek señalaba que el colectivismo mentiroso destruye la confianza pública. Cuando un gobierno promueve falsas promesas de justicia social, crea expectativas que no pueden cumplir. Esto lleva a la desilusión y a la pérdida de fe en las instituciones democráticas. En Venezuela, las promesas de Maduro de mejorar la situación económica y social han resultado ser vacías. La realidad es que el país se encuentra en una crisis profunda, con niveles alarmantes de pobreza y una economía en ruinas.
De igual forma Hayek sostenía que la concentración del poder en manos de unos pocos es peligrosa. En un sistema democrático saludable, el poder está distribuido y existen mecanismos para evitar abusos. Sin embargo, en Venezuela, el poder está altamente concentrado en manos de Maduro y su círculo cercano. Esto ha permitido la implementación de políticas represivas y la perpetuación de un sistema corrupto.
La situación en este hermoso país también nos lleva a reflexionar sobre la importancia de contar con la independencia de los órganos electorales, puesto que un sistema electoral justo y transparente es fundamental para la democracia. Sin embargo, nos damos cuenta que los órganos electorales están controlados por el gobierno, lo que ha llevado a elecciones fraudulentas y a la erosión de la confianza pública en el proceso democrático.
Hayek argumentaba que la libertad individual es el pilar fundamental de una sociedad próspera. Sin embargo, en el régimen dictatorial de Maduro, las libertades individuales han sido severamente restringidas. La libertad de expresión, de prensa y de reunión han sido atacadas sistemáticamente por su gobierno.
El caso venezolano es un recordatorio de que la democracia no es un estado garantizado, sino una lucha constante. Requiere vigilancia y la participación activa de los ciudadanos para mantenerla. Una democracia saludable necesita instituciones fuertes y una sociedad civil comprometida.
En conclusión, la situación en Venezuela es un ejemplo trágico de cómo la democracia puede ser destruida desde dentro por promesas falsas y el manejo de masas. Desde la perspectiva de Hayek, la adicción al poder y la erosión de las instituciones democráticas son peligros inherentes del colectivismo mentiroso. La recuperación de la democracia en este país hermano requerirá un esfuerzo monumental, tanto a nivel interno como externo. La lección que debemos aprender es que la democracia necesita ser defendida y vigilada constantemente para prevenir su colapso y asegurar un futuro de libertad y justicia para todos.
El autor es teólogo, escritor y educador.