Antonio Saravia
Piense en cualquier transacción que haya realizado en el mercado la semana pasada. ¿Compró tomates en el supermercado? ¿Vendió su viejo teléfono celular? ¿Fue a un restaurante? ¿Cobró su sueldo? Pregunta, ¿en qué moneda realizó esas transacciones? Me imagino que lo hizo en bolivianos, ¿correcto? Pero, aunque físicamente esas transacciones hayan involucrado un intercambio de nuestros billetes, ¿realmente hizo Ud. esas transacciones en bolivianos? No es una pregunta capciosa. La respuesta la sabemos todos perfectamente: no, aunque nominalmente las transacciones se hicieron en bolivianos, las transacciones se hacen siempre en dólares. Me explico.
Una transacción es posible si, y solo si, lo que recibimos a cambio nos provee con un valor superior a lo que teníamos originalmente. Ud. solo venderá su viejo celular si el valor que recibe a cambio es mayor a la utilidad que percibe quedándose con el mismo. Pero, ¿cómo medimos ese valor? La única forma de hacerlo es con una moneda que lo retenga de forma eficiente y predecible. Esa moneda ha sido en las últimas décadas, el dólar. Aunque las transacciones se hayan realizado, entonces, en bolivianos, Ud. siempre hizo el cambio al dólar en su cabeza. A Ud. no le interesa saber que le pagaron Bs. 500 por su viejo celular, le interesa saber cuántos dólares podrá comprar con ese monto. El boliviano es, en realidad, una distracción. Al final del día todos llevamos una calculadora en la cabeza y pensamos en dólares de forma instintiva, porque nos interesa proteger el valor de nuestro esfuerzo y de nuestra propiedad.
La calculadora que llevamos dentro fue fácil de usar durante los últimos 12 años porque el tipo de cambio era fijo y los dólares eran fáciles de conseguir. Dividíamos todo por 7 y ya. Durante esa época el gobierno levantaba orgulloso su bandera nacionalista y alardeaba por haber “bolivianizado” la economía y de que ya no fuera necesario basar nuestras transacciones en la moneda del imperio. Pero era solo propaganda. La economía estaba, en realidad, y como siempre, dolarizada. En efecto, nuestras transacciones y nuestros depósitos bancarios eran en su gran mayoría en bolivianos, pero eso se debía a que sabíamos que el tipo de cambio era inamovible y se podía conseguir dólares sin mayor problema. La gente confiaba en el boliviano solo porque estaba anclado al dólar. Eso lo vemos perfectamente hoy. El minuto en que los dólares empezaron a escasear, y el tipo de cambio se elevó en el mercado paralelo, se nos acabó el patriotismo y la famosa “bolivianización,” y volvimos a buscar dólares desesperadamente.
Tener siempre presente esta realidad es crucial para entender por qué flexibilizar el tipo de cambio no soluciona la crisis ni genera mayor competitividad. Si el Banco Central de Bolivia declarase una devaluación para cerrar la brecha cambiaria y a partir de ahí abandonase el esquema de tipo de cambio fijo, reemplazándolo por uno flexible, lo único que pasaría es que volveríamos a usar la calculadora intensamente para saber cuántos dólares conseguimos con los bolivianos que nos pagan. Si hace un par de años una casera estaba dispuesta a recibir Bs. 14 por un kilo de tomates, era porque sabía que esos 14 bolivianos representaban $us 2 (recuerde, a nosotros nos interesa el dólar como reserva de valor, no el boliviano). Si el tipo de cambio sube ahora a Bs. 14 (que es a lo que estamos llegando en el mercado paralelo), la casera nos pedirá Bs. 28 por el kilo de tomates para así protegerse y mantener el valor de lo que vende. En otras palabras, los precios subirán en la misma (o casi la misma) proporción que la subida del dólar, porque esa es la moneda a la cual inevitablemente volvemos para proteger nuestro ingreso.
Pero si los precios suben a medida que sube el precio del dólar, los productos no se hacen más baratos en esa moneda. Eso puede pasar en el corto plazo, mientras los precios internos se ajustan, pero eventualmente éstos subirán hasta volver a representar los mismos dólares de antes. Así, devaluar no genera una mayor competitividad de nuestros productos con relación a productos extranjeros. Aunque el tipo de cambio nominal sube, el tipo de cambio real tiende a permanecer constante. La única forma de hacerse realmente más competitivos (subir el tipo de cambio real) es incrementando la productividad y eso tiene que ver con medidas estructurales que involucran institucionalidad, seguridad jurídica, reducción de impuestos y regulaciones, etc. Si las devaluaciones nominales generasen competitividad, Venezuela sería la economía más competitiva de la región.
¿Por qué hemos llegado a tener una brecha tan alta entre el tipo de cambio oficial y el tipo de cambio paralelo? Porque la cantidad de dólares se ha reducido severamente con relación a la cantidad de bolivianos en la economía. Esto pasa porque ya no nos ingresan los dólares que nos ingresaban antes por venta de gas y porque el gobierno no redujo la oferta monetaria en bolivianos, de tal forma de mantener el equilibrio entre estas dos monedas. Por ejemplo, la oferta monetaria en bolivianos se incrementó un 18% el año pasado, cuando nuestra economía solo creció al 3,1%. ¿Por qué el Banco Central incrementa la oferta monetaria en lugar de reducirla cuando ve que los dólares escasean? Porque debe cubrir los déficits fiscales del gobierno. Con 11 años consecutivos de déficits fiscales con un ritmo del 8% del PIB, el Banco Central debe imprimir bolivianos comiéndose en contraparte las reservas internacionales hasta llegar al punto de no tener más dólares.
¿Cuál es entonces la solución? La solución no es “sincerar” el tipo de cambio devaluando el oficial hasta Bs. 11, 12 o 14. Eso implicaría aceptar con brazos abiertos la inflación subyacente (recuerde, una vez más, que las caseras se protegen ante la devaluación subiendo precios) y generar las expectativas de más devaluaciones y mayor inflación en el futuro. Si el gobierno incrementó la oferta monetaria para cubrir déficits en el pasado y no tuvo mejor idea que “sincerar” el tipo de cambio devaluándolo, ¿por qué no habría de hacerlo en el futuro?
No, la solución no es devaluar sino tratar de cerrar la brecha bajando el tipo de cambio paralelo a Bs. 6,96. Esto se logra bajando la demanda por y/o subiendo la oferta de dólares. Lo primero se logra dejando de imprimir y sacando bolivianos de la economía (subiendo las tasas de interés). Eso frena la demanda por dólares, porque solo se puede comprar dólares con bolivianos. Pero para eso se deben cortar los déficits fiscales. Esto significa aplicar los frenos fuertemente al gasto y casi de sopetón lo cual, sin lugar a duda, es recesivo. Es el ajuste que nadie quiere hacer. Lo segundo es incluso más complicado. Eso requiere crear las condiciones para que los exportadores exporten más y traigan sus dólares a la economía. Aquí se requieren medidas estructurales (seguridad jurídica, reducción de impuestos, reducción de regulaciones laborales, etc.), pero se podría empezar de inmediato por la liberación completa de cupos a la exportación y por la liberación completa e inmediata de la importación de combustibles (sin impuestos) para que los productores puedan producir y exportar.
En conclusión, devaluar y liberar el tipo de cambio nada soluciona. No soluciona la crisis que es esencialmente una crisis fiscal, y no nos hace más competitivos porque los precios internos se ajustan generando inflación. La solución es siempre la misma: responsabilidad. Dejar de gastar, aunque eso duela en el corto plazo.
Antonio Saravia es PhD en economía.
Twitter: @tufisaravia