Miguel Ángel Amonzabel Gonzales
El panorama político boliviano, dibujado entre la ignorancia y la presunción, revela una realidad compleja y desafiante para el país. La crítica situación, descrita desde hace más de un siglo por Alcides Arguedas, Franz Tamayo y Gabriel René Moreno, refleja una tendencia arraigada hasta nuestros días: la atracción hacia la política sin un sólido respaldo académico o intelectual. Este contraste se agudiza frente al sueño americano de los Estados Unidos, basado en la cultura empresarial, la eficiencia en la gestión empresarial, la movilidad social ascendente mediante el esfuerzo y la innovación
Bolivia enfrenta un panorama donde muchos políticos carecen de la capacidad mínima para comprender y abordar los problemas regionales y nacionales de manera efectiva. La falta de preparación académica y las limitaciones intelectuales significativas de muchos políticos bolivianos son evidentes. Esta deficiencia se traduce en decisiones públicas erráticas y superficiales que no abordan las complejidades de los problemas del país. Como menciona el síndrome de Dunning-Kruger, aquellos con bajos niveles de conocimiento tienden a sobreestimar sus capacidades, lo que conduce a una gestión deficiente y a resultados catastróficos para la población.
Bolivia enfrenta un desafío adicional en su panorama político: la falta de autocrítica y la resistencia a la mejora continua. Esta problemática se agrava por la notable incapacidad de muchos líderes políticos para reconocer sus limitaciones o aprender de sus errores, lo cual perpetúa ciclos de ineficacia y estancamiento. Esta falta de humildad intelectual y reflexión crítica refuerza la persistencia del síndrome de Dunning – Kruger entre los políticos, quienes sobreestiman sus habilidades y gestionan políticas públicas deficientes, desconectándose cada vez más de las necesidades reales de la población.
La raíz del problema también se encuentra en las instituciones educativas del país. Las universidades públicas, en lugar de dedicarse a la investigación y la excelencia académica, a menudo se ven envueltas en la política universitaria interna. Esto ha generado una clase de políticos que emergen de la «politiquería» universitaria, más adeptos a vivir de presupuestos que a aportar soluciones reales a los problemas nacionales. Una parte de los dirigentes universitarios quieren seguir viviendo del Estado, convirtiéndose en administrativos, docentes y rectores. Los dirigentes universitarios más picaros utilizan su posición como trampolín hacia la política mayor, perpetuando un ciclo de incompetencia y mediocridad.
Otro grupo de políticos, con un perfil menos educado, pero igualmente ambicioso, comienza en las bases: dirigencias vecinales, asociaciones y sindicatos. Aprovechan su visibilidad local para ascender en la escena política nacional, enfocados más en la imagen mediática que en una genuina capacidad de liderazgo y gestión.
La ignorancia y la presunción de muchos políticos bolivianos se manifiesta en sus entrevistas a medios de comunicación, en discursos públicos vergonzosos y en un Parlamento caracterizado por la falta de debate sustancial y análisis profundo. En lugar de discusiones técnicas y propuestas fundamentadas, predominan los ataques personales y las decisiones impulsadas por intereses personales, de grupo o partidistas más que por el bien común. Las leyes son aprobadas sin un examen crítico, sin un análisis individual, mediante votaciones colectivas que carecen de rigor técnico, legal y económico. Donde el que define es el asesor y no el representado elegido, porque no tiene ni idea de las tareas del cargo que ocupa.
Para abordar estos retos, es imperativo cambiar el enfoque hacia la competencia y la capacidad real de los políticos. No se trata simplemente de exigir títulos académicos formales, que en muchos casos han perdido su relevancia debido a prácticas fraudulentas y deshonestas de comprar maestrías y doctorados. Más bien, se debe evaluar la capacidad de comprensión de lectura y el conocimiento práctico de los problemas que afectan al país. Esto garantizaría que los líderes políticos estén verdaderamente preparados para enfrentar los desafíos del Siglo XXI.
El papel del electorado boliviano también es crucial en este proceso de cambio. La elección de líderes no debe basarse en simpatías superficiales o demagogia, sino en la evaluación de su integridad moral, experiencia empresarial, logros académicos y compromiso social. Solo mediante un voto informado y reflexivo se podrá desviar el rumbo del país hacia un futuro de prosperidad y estabilidad.
En conclusión, la problemática de la política boliviana va más allá del profundo orgullo de su ignorancia. Requiere una transformación profunda en la cultura política del país, priorizando la competencia y la integridad en el liderazgo. Solo entonces se podrá construir una sociedad más justa y próspera, donde la política sea verdaderamente un instrumento para el bienestar colectivo y no un obstáculo en el camino hacia el desarrollo nacional.
El autor es Investigador y analista socioeconómico.