Augusto Vera Riveros
Hasta el presidente Luiz Inácio Lula da Silva en días pasados dijo que “el que pierde se lleva un baño de votos, no un baño de sangre”, como un reconocimiento expreso y sorprendente de homenaje a la democracia, cuyo concepto para Nicolás Maduro es la distorsión más temeraria de este sistema de gobierno.
El discípulo de Hugo Chávez parece estar rezagándose incluso entre sus correligionarios políticos de la región, excepto respecto a Evo Morales, que casi lo parafrasea en ese brulote ante la posibilidad cierta y políticamente recomendable de que no participe en las elecciones nacionales del año 2025 en Bolivia.
La inclinación al cesarismo del personaje que gobierna el país llanero está interpretada fielmente en esa amenaza infame al estilo de Idi Amin Dada, el tirano ugandés, que no fue una declaración impensada, sino como las que acostumbra urdir para recordar de tanto en tanto a su sufrido pueblo que, dado el caso, él es capaz de cualquier cosa, si de ello depende la continuidad de su régimen.
Rara coincidencia entre el presidente brasileño y el primer mandatario argentino, que llamó dictador a Maduro tras la cavernaria amenaza que hizo al candidato opositor Edmundo Gonzales Urrutia, si acaso éste se impone en los comicios de este día domingo, porque habría que ser muy cándido si no se piensa que desde mucho antes de hoy, la maquinaria del fraude está alistándose para el momento del escrutinio de votos. Es inocultable que en Venezuela, desde hace muchos años, existe un régimen despótico que ya antes, en pasados procesos eleccionarios, hizo fraudes, comenzando por la inhabilitación mañosa y en contubernio con la institución que administra las elecciones de candidatos opositores que se perfilaban como firmes ganadores, de no mediar tan deshonestas prácticas de Maduro, cierto como que para ganar una elección fraudulentamente no solo es alterar el conteo de votos, sino que hay muchas maneras anticipadas de hacerlo.
Por tanto, nada hace pensar que la conducta intolerante de Nicolás Maduro vaya a ser distinta este domingo, ante lo cual es difícil tener preferencias en los resultados, porque si el chavismo vuelve a “imponerse” en las elecciones, tendremos otro periodo inconstitucional de terror y miseria; pero si el Consejo Nacional Electoral respeta la voluntad ciudadana, que indudablemente es mayoritariamente contraria al régimen actual, se desatará una ola de violencia y luto, que es lo que buscan tanto Maduro como Evo Morales, quien logró materializarla en 2019.
No obstante las coincidencias ideológicas de Maduro y Lula, hay una diferencia entre la formación política de uno y otro. Aquél no asombra solo por sus crímenes, sino también por su mediocridad. En Maduro habita algo de Hitler, Himmler y Stalin. Su insignificancia intelectual confirma el veredicto de Hannah Arendt sobre la “banalidad del mal”. Por esas limitaciones a Maduro no se le puede exigir razonamientos que tengan que ver con disquisiciones programáticas, pues en personalidades perturbadas como la suya no caben siquiera argumentaciones axiológicas. Esa descripción puede ser apresurada, pero no es inexacta. Por tanto, a quien cambia su Constitución a su medida y ni aun así la respeta, como en el caso de Maduro y Evo Morales, no puede clasificárseles en otra categoría que no sea la de dictadores.
En nuestro país, después del plazo para la habilitación de candidatos, Evo Morales no podrá soportar su ambición desmedida de retomar el poder, pero en Venezuela, allá donde la gente carece de libertades como elegir a sus gobernantes de forma libre, el tiempo es más breve y se halla entre la cruz y la espada: entre permitir que Maduro siga sometiendo a los venezolanos democráticos o los masacre en medio de un baño de sangre en una dictadura institucionalizada en que, según Antonio Gramsci, lo aparente es que el poder radica en una institución, pero lo real es que está concentrado en un solo sujeto. Novedosa manera de concebir la democracia, sobre todo en una sociedad probadamente plural que ha tenido el infortunio de ser gobernada por un depredador de los derechos y libertades.
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor.