Miguel Ángel Amonzabel Gonzales
La creciente dependencia de los dispositivos digitales está erosionando las habilidades comunicativas y de pensamiento crítico de las nuevas generaciones, generando una crisis educativa que amenaza el futuro de la sociedad boliviana.
Recientemente, sostuve una conversación con dos maestras de nivel inicial (kínder) que arrojó luz sobre un tema alarmante: la creciente dificultad de los niños para comunicarse. Las educadoras mencionaban que muchos de sus alumnos tenían serias dificultades para expresarse, lo que parecía ser resultado de la falta de interacción en el hogar. En este sentido, la respuesta inmediata que surge es que los padres, atrapados en su trabajo y las obligaciones diarias, no encuentran tiempo para dedicarse a la educación de sus hijos. Sin embargo, quizás deberíamos pensar que las redes sociales están afectando la atención que los padres le dan a sus niños.
Los dispositivos móviles se han convertido en una herramienta común para distraer a los niños. Ante la dificultad de manejar la inquietud o frustración de sus hijos, muchos padres eligen entregarles un celular como una solución rápida durante episodios de rabia, frustración o caprichos. Pero, esta práctica no solo disminuye la calidad de la atención que reciben los niños, sino que también ha dado lugar a una generación que consume contenido de manera pasiva, repitiendo palabras y frases como si fueran autómatas, programados por dispositivos digitales que reemplazan la interacción humana.
Es interesante ver cómo los niños y jóvenes se manejan con aplicaciones y redes sociales, incluso creando contenido para plataformas como TikTok. Sin embargo, esta habilidad no se traduce en una capacidad para generar contenido que tenga significado. Sin lectura ni investigación, es casi imposible aportar algo que estimule el conocimiento o reflexión. En este contexto, la memoria también juega un papel crucial. Los jóvenes, a menudo, carecen de la habilidad para recordar hechos históricos o fórmulas matemáticas básicas, porque tienen acceso constante a internet: Google se convierte en su punto de referencia para resolver cualquier interrogante que se les presente.
El problema se agrava en un sistema educativo que ya tiene muchas limitaciones. La llegada de la inteligencia artificial, en vez de ayudar a los estudiantes a aprender, podría limitar su desarrollo. Los estudiantes, en lugar de investigar y formar sus propias opiniones, buscan respuestas inmediatas en internet, lo que afecta su capacidad de organizar ideas y escribir bien Si los maestros, al notar la ausencia de esfuerzo en las tareas, intentan señalar el plagio, se enfrentarán a la oposición de padres que defienden a sus hijos sin razón y fomentan la cultura del menor esfuerzo.
Este ciclo de enseñanza deficiente ha llevado a que los exámenes de ingreso a las universidades públicas sean cada vez menos exigentes. Esta situación no se debe a la benevolencia de las autoridades y docentes universitarios, sino porque hay un interés en tener suficientes estudiantes para asegurar la financiación de las universidades y los salarios de los docentes. Si los exámenes fueran más difíciles, habría menos inscripciones, lo que podría provocar despidos de profesores. Entonces, las preguntas se hacen más simples para evitar que muchos estudiantes reprueben, perpetuando así un ciclo de baja calidad educativa
En las universidades públicas, los docentes que están bien preparados enfrentan el reto de enseñar a estudiantes que han pasado por un sistema educativo deficiente desde sus primeras etapas. Una parte de los universitarios no dominan habilidades básicas como matemáticas o redacción, y esto hace difícil el aprendizaje. Los profesores, preocupados por críticas por altas tasas de reprobación, se ven obligados a ajustar sus estándares de calidad. Esto puede llevar a que buenos educadores se conviertan en cómplices de un sistema que no refleja la realidad. Por otro lado, algunos docentes que ingresaron a la docencia a través de medios cuestionables, se limitan a cumplir un horario sin preocuparse por el futuro de sus alumnos.
Como resultado de todo lo expuesto, la calidad de los “profesionales” que emergen de este sistema educativo es preocupante. Aquellos que aprovechan sus conexiones o se dedican a la política pueden encontrar un camino hacia el éxito, pero esto no refleja un verdadero mérito académico. La alarmante situación educativa que enfrentamos sugiere que el futuro de nuestro país podría ser desalentador, a menos que sean tomadas medidas efectivas para revertir esta tendencia. La solución está en fomentar la comunicación entre padres e hijos, promover la lectura crítica y ayudar a los estudiantes a pensar por sí mismos, más allá de las pantallas. Al final, una buena educación no solo forma profesionales capacitados; también crea ciudadanos responsables y conscientes, capaces de contribuir a un cambio positivo en la sociedad.
El autor es Investigador y analista socioeconómico.