Víctor Corcoba Herrero
La Eucaristía es el hallazgo continuo del ser humano con su Creador, dándose a sí mismo para transfigurarnos en él mismo. Andamos siempre de servicio, como poetas en guardia y con la gratuidad como horizonte. Saber participar lo poco que somos y tenemos, sin cerrarnos a nadie y sin encerrarnos en nuestras posesiones, nos enseña a morar en profunda unión desprendida, partiendo del asombro y repartiendo el amor mutuamente.
I.- FUNDEMOS EL JUSTO TRONCO
VIVIENTE
Los caminos de Jesús nos asisten, nos hacen ver que la savia es don; que todo germina de la pequeñez, que el amor es lo que nos florece, y que lo que nos da valor es amar.
En comunión el espíritu se nutre, se engrandece el alma de bondad, y se acrecientan los claros deseos, de crearse y recrearse con los días, hasta saciarse las miradas de cielo.
Nuestra coexistencia será fecunda, en la medida en que nos miremos, enramados entre sí unos en otros; ofreciéndonos corazón a corazón, que es como se fortalece el árbol.
II.- PROBEMOS A COMPARTIR MEJOR VIDA
Vivir es desvivirse por entregarse, hallarse consigo mismo y cederse; es brindarse y dejarse acompañar, abrirse a las invitaciones celestes, y a las necesidades de los demás.
Cristo percibe nuestros problemas, eleva los ojos a la cúspide divina, para legarnos el pan de la caridad, que es el que nos sacia por dentro, y nos lleva hacia la casa del Padre.
Su temple es la Palabra encarnada, que sienta y sustenta la existencia, en un proceder que nos restablece; con un recto corresponder de dar, lo que conlleva reforzarse en la fe.
III.- ACORDEMOS SEGUIR MÁS AL MAESTRO
La lógica divina no es la humana, pues allí nadie se lava las manos, todo se mantiene en acompañarse, en ir a una en la acción fusionada, de vivos penitentes en penitencia.
La demostrada pasión de la Cruz, radica en la compasión del dolor, en ponerse en la realidad foránea, lo que alude a un brioso cooperar, que nos forja más allá del mundo.
El gran camino de la misericordia, es una senda que se inicia en Dios, y a Dios vuelve con nuestra vuelta, con el gozo que vierte la voluntad, tras purgarse el mal y enmendarse.
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