Manfredo Kempff Suárez
Seguramente que uno de los mandatarios más controvertidos del Perú –si no el que más– ha sido el recientemente fallecido Alberto Fujimori. Acusado de violación a los derechos humanos, quebrantamiento de la Constitución, corrupción y otros delitos, debió someterse a un proceso que lo sentenció a 25 años de cárcel, de los que cumplió 16, para salir en libertad condicional poco antes de que el cáncer que padecía lo llevara a la tumba.
Llegó a la presidencia del Perú en 1990, siendo un desconocido, ganándole en segunda vuelta nada menos que al favorito, el mundialmente afamado escritor Mario Vargas Llosa, hoy Premio Nobel de Literatura. Era el Perú terrible, del pavor senderista y de la inflación descomunal. Nadie dudaba de que Vargas Llosa era el personaje idóneo para guiar los destinos de ese Perú catastrófico, pero las turbias condiciones que se daban hacen pensar que Fujimori fue el hombre necesario para esas circunstancias sangrientas.
Nuestro deseo en estos momentos no es incursionar en la política peruana de entonces, sino en la relación de Fujimori con Bolivia, con el presidente Jaime Paz Zamora, esencialmente. Ya transcurrió la lucha cruel que acabó con Sendero Luminoso, ya pasó el exterminio del comando del MRTA en el espectacular rescate de los rehenes en la operación “Chavín de Huántar”, la captura del brutal Abimael Guzmán y también las lamentables muertes en Barrios Altos y La Cantuta. Lo cierto es que fue sangre por sangre, algo terrible para una nación. Pero pese a ese momento de guerra interna, Fujimori, además, detuvo y eliminó la inflación que se devoraba el salario de los trabajadores peruanos, lo que no es poco decir.
Lo importante en el caso de Fujimori es que fue el mandatario peruano –si no el único– que más comprendió el enclaustramiento nacional y, que, dentro de lo que le permitía su investidura, le concedió a Bolivia una modesta pero significativa salida al mar por el puerto de Ilo. Paz Zamora buscó y encontró a Fujimori en los años del Acuerdo Patriótico, y firmaron ambos en 1992 los acuerdos de Ilo, que tendrían una duración de 99 años renovables y donde se instalaría Boliviamar con una Zona Económica Especial. Todo un éxito diplomático en el Pacífico, aun cuando existan voces que afirmen que Ilo no tiene mayor trascendencia. Lo que mortifica es que Bolivia no hubiera movido un dedo para hacer de Ilo algo que pudiera utilizar, porque, luego del general Banzer, que, siendo presidente, sobrevoló con Fujimori la zona, ratificando el interés boliviano, Ilo pasó a segundo plano.
El masismo, tan quejumbroso y llorón ante Chile, para luego ir a perderlo todo en La Haya metiéndose en camisa de once varas, fue incapaz de influir de alguna manera ante el Congreso peruano para que los acuerdos de Ilo se ratificaran y para que no quedara en el vacío toda una larga y exitosa gestión diplomática. Por el contrario, Evo Morales tuvo la ordinariez de burlarse de su colega de entonces, el presidente Alan García, provocándole una molestia justificada. Eso enfrió las relaciones entre ambas naciones. Por si fuera poco, ya durante el actual gobierno de Arce, al descriteriado Morales se le ocurrió tratar de influir en la política interna vecina, incitando a crear en el sur del Perú un Estado Plurinacional con el mero estilo aimara, y apoyando al ahora depuesto presidente Pedro Castillo, lo que significó que en Perú lo declararan personaje no grato y hasta que circularan órdenes de captura en su contra. Como la cereza sobre la torta, la cancillería nacional envió como cónsul en Puno a Lidia Patty Mullisaca, una activista y difamadora profesional, evista por cierto, que llegó a su destino y empezó a despachar sin siquiera haber anunciado su arribo a la cancillería de Torre Tagle. Esa cancillería le negó el permiso para ejercer, por supuesto, y pidió su retiro inmediato, pese a la protesta de Bolivia.
Esto ratifica las penosas declaraciones de la actual “cancillera”, en sentido de que en Bolivia no existe servicio diplomático. Sin servicio exterior Bolivia lo está perdiendo todo, mas habría que esperar la cordura de un próximo gobierno ajeno al MAS, para retomar lo que plasmaron de forma patriótica Paz Zamora y el fallecido ex presidente Alberto Fujimori.