Severo Cruz Selaez
Hombres y mujeres jamás pensarán al unísono, en torno a determinado tema, en un sistema de libertades. Siempre se presentarán, en escenarios del pensamiento diverso, analistas, economistas o estudiosos afines o ajenos a la gestión gubernamental. Ello ratificará el marco democrático, donde se deberá garantizar los derechos fundamentales de las personas. Donde no se deberá emplear la mordaza, para silenciar a los que piensan diferente. No se deberá recurrir a la amenaza, a la persecución ni al presidio, para silenciar a quienes cuestionan a supuestos dueños de la verdad. Se tendría que priorizar la libertad de expresión, en un proceso político que represente a todos, sin distinciones.
La democracia moviliza a la colectividad hacia una meta, donde no se permite el retorno de la represión, de la violencia y la desesperanza, sino que se valora la vida humana. Se tendrá que lograr, en adelante, el abaratamiento de la canasta familiar, a favor, particularmente, de personas necesitadas. No solo abocarse a competencias electorales, consultas populares o reuniones de líderes del mundo público y privado, para debatir sobre la coyuntura actual, sino que se tendría que aunar esfuerzos para construir puentes de entendimiento, que permitan alcanzar acuerdos sólidos, tendentes a encarar tiempos difíciles. Promover una convivencia sin distingos, de pobres y ricos, de trabajadores y empresarios, de formales e informales. Buscar soluciones ante la escasez de dólares y combustibles, que genera incertidumbre y polémica.
Los regímenes dictatoriales han cercenado la libertad de pensamiento y expresión. Impusieron el pensamiento único, con el afán de lavar el cerebro de hombres y mujeres, mayores y jóvenes, para que asuman una visión política única, mediante el discurso y la imagen de los omnipotentes. Que nadie tenga criterios contrarios a directrices que emanan de gobernantes “iluminados”. Tales actitudes surgieron de quienes sometieron a sus pueblos, bajo consignas políticas de corte socialista. De quienes se perpetuaron en el Poder, pisoteando la norma y los derechos humanos. De quienes fueron intolerantes con los que pensaban diferente y tolerantes con sus acólitos. El pensamiento único fue el instrumento para adoctrinar a la ciudadanía y minimizar, de tal modo, a los adversarios. Una estrategia para avanzar con sus nefastos afanes.
“La fuerza de resistencia de un pueblo crece inmensamente cuando tiene por enemigo un devastador sin piedad que amenaza a los débiles con imponerles una servidumbre sin esperanza”, escribe el Dr. Gustave Le Bon (*).
En suma: se requiere, para rescatar la praxis del pensamiento diverso, el esfuerzo de todos, a fin de consolidar la convivencia democrática, como una manifestación de rechazo al autoritarismo y a la barbarie. Como una actitud condenatoria, al mismo tiempo, a todos los que pretenden imponer el pensamiento único, con afanes estrictamente electorales.
(*) Dr. Gustave Le Bon: “Ayer y mañana”. Imprenta de J. Pueyo, Madrid, España. Con una introducción que data de 1917. Pág. 52.