Ernesto Julián Bedregal Patiño
Beppo era un gato afortunado, con una inteligencia magnífica y una belleza sin igual; conocedor de los dones que le fueron regalados por la madre naturaleza, andaba muy orgulloso de quien era, pues según las historias que le contaban, pertenecía a una raza antigua, adorada por el pueblo de la tierra negra.
La nueva casa donde él y su protector se mudaron, era mucho más amplia que la anterior, ya que tenía tres pisos llenos de puertas y habitaciones bastante espaciosas; a Beppo le llevó varios días recorrer toda la casa, pero al final encontró su lugar favorito en la biblioteca, al igual que su protector, allí pasaba la mayor parte del día.
Sus paredes estaban llenas de estantes para libros, daba la sensación de estar en una fortaleza, dentro de esos muros se sentía protegido, además que la pasaba muy bien, observando la variedad de objetos que adornaban el lugar, o jugando con los cordones de los zapatos de su protector, hasta terminar dormido en su regazo, mientras escuchaba bellas melodías de Tango y Milonga.
Un día despertó demasiado aburrido, cansado de la rutina de siempre, se fue a mirar por la ventana; acostumbrado a observar desde aquel sitio en la anterior casa, pensaba que se iba a encontrar con calles y edificios, pero para su sorpresa se encontró con un paraíso inexplorado, repleto de arbustos, flores de muchos colores, y varios animales que paseaban por el lugar con mucha alegría, quedó tan encantado con semejante maravilla que, pasear por el jardín se convirtió en su nuevo pasatiempo.
El aroma de su cuerpo fue llamando la atención del michi, un gozo sibarita que con disimulo se adueñó de su olfato, capturando el interés de su complejo temperamento. Aunque se acercó con la cautela de un gato, su agitada respiración se descubrió ante el placer de aquel encuentro, produciendo un ronroneo inmediato, tan ameno como el delirio del Jichi.
Tras esa insinuación le dio un mordisco, como si fuera fruta pasionaria, develando el misterio de su condición apacible; una musa que descansa en los pentagramas de un folklorista, en la tribulación de un espíritu sensible, una dea que mora en las manos de un artista, en las ideas de un escritor sublime, no se debe a la vanidad que sobresale en las mentes ordinarias.
Arasy puede bendecir con la naturaleza que espera al salir del pahuichi, una obra de arte que se perdió en el anonimato, pero consagra a quien la reconoce y pide por su miramiento. En su seno se halla el sosiego del opiato, envuelto en el polen que es transportado por el viento, en sus hojas germina la sabiduría de un ser insensato, haciendo realidad el sueño de Da Vinci.
Fue así como el mozo se enamoró del misterioso designio de Gataria, del célico son que concibe cuando gime, de la pericia con que mece su talle de avispa. Beber su sábila se hizo imprescindible, visitarla se convirtió en una costumbre hedonista, un trance necesario para soportar la existencia irascible, repleto de necios que ignoran la belleza de las Guaranias.
El autor es Comunicador, poeta y artista.