Ernesto González Valdés
Por razones que no vienen al caso, me encontraba tomando una limonada –cuando lo adecuado era un tequilazo, pero no bebo algo que contenga alcohol– en un restaurante mexicano, con precios accesibles, lo que determinaba un ambiente bastante familiar, por una parte y otra de celebraciones como despedidas de soltera, cumpleaños, homenajes a docentes, los cuales mostraban bandas de reconocimiento (qué bien reconocer el trabajo de colegas) y otros.
No podían faltar las luces coloridas, televisores gigantes de pantalla plana, donde se mostraba una pelea de boxeo (¿adecuado?, quién sabe), y en uno de los salones más amplio una singular cantante, rodeada de dos o tres músicos, entonaba canciones de autores mexicanos (obvio), generalmente baladas (1), y en particular el bolero (2) que puede bailarse, por su compás de dos por cuatro, cuyo estilo es romántico.
Por supuesto, las canciones me recordaban tiempos mozos, en la hora de conquistar a una joven como preámbulo de un amor idílico o tal vez hasta platónico –sentimiento de amor idealizado, caracterizado por ser irrealizable o no correspondido–, ya que en mi imaginación con el movimiento (de dos por cuatro) y supuestamente bailando en un “solo ladrillo” al concluir la pieza musical, ella caería redondita…
Género musical que perdura con el paso de los siglos, ya que en más de una ocasión sus canciones, que suelen ser algo edulcorantes, son retomadas por autores, lo cual ayuda a que se mantenga en el tiempo, aparte del gusto de un sinnúmero de recuerdos que suelen atarse a las personas de diferentes generaciones. Hasta aquí una de las caras de la moneda.
¿Y la otra cara de la moneda? Paralelamente, en el lugar que describí, en otra sala un tanto distante, la cantante de boleros se esforzaba en ser escuchada, y sus cuerdas vocales vibraban con una mayor tensión que lo acostumbrado –a pesar de los parlantes–. Se celebraba una fiesta de 15 años, cuyo estruendo superaba los 70 decibeles permitidos al ser humano para no dañar su sentido de audición.
¿Qué género musical se escuchaba? Le llamaban el perreo (3), me explicó el cantinero, donde los participantes bailaban con movimientos de cadera y muslos hasta abajo, siendo bastante bruscos o suaves y sensuales, donde con esta última modalidad se expresaba la seducción, la sexualidad de forma provocativa; se podía bailar por parejas o grupalmente.
Por lo visto, nos encontrábamos ante la llamada contaminación acústica o contaminación sonora, producto del exceso de sonido que alteraba las condiciones normales del lugar.
Hecho que me recordaba la generación de un sismo que suele darse comúnmente por el choque de las placas tectónicas (4); por lo visto nos encontrábamos ante dos géneros no compatibles entre sí, donde la forma de expresar el amor difería significativamente.
Por supuesto, para gusto colores y generaciones, luego no dude que mientras usted esté bailando un bolero con su pareja, sus hijos o nietos estarán perreando posiblemente.
Notas
(1) Composición musical de ritmo lento, instrumentación suave y carácter íntimo y expresivo, de asunto generalmente amoroso.
(2) Género musical de ritmo lento que surgió en Cuba a mediados del Siglo XIX. En el paso básico, por ejemplo, los movimientos de cada integrante de la pareja deben ser espejados, por lo cual si uno mueve un pie hacia delante el otro debe mover el opuesto hacia atrás.
(3) Estilo de baile originado en Puerto Rico. Las técnicas adoptadas por el perreo se retoman a partir de los vídeos musicales del reguetón.
(4) La región centroamericana está sujeta a los movimientos especialmente de tres placas tectónicas (la de Caribe, la de Cocos y la de Norteamérica). Los sismos que sufre esta zona se generan cuando se presentan fenómenos de subducción, que se dan cuando una placa se mete por debajo de la otra.