Manfredo Kempff Suárez
México ha sido muy independiente en cuando atañe a su política exterior, con un fondo tendiente a la izquierda, aunque internamente sus eternas cúpulas gobernantes –el PRI sobre todo– fueron de un poder patriarcal, enriquecido por el Estado, que jamás hicieron lo suficiente para sacar de la pobreza a su pueblo. Sin embargo, los criollos que gobernaron, de ascendencia hispánica por la mezcla racial, nunca dejaron de quejarse de Hernán Cortés y de su conquista de Tenochtitlán. En las escuelas los niños y jóvenes miraron siempre a España como la invasora, la exterminadora de los indios, siendo una nación mayoritariamente mestiza. Además, de un secular mestizaje, porque durante la Colonia el Reino dio vía libre al matrimonio entre españoles e indígenas.
Hoy nos encontramos con que el presidente López Obrador le habría enviado una misiva al rey Felipe VI, en marzo de 2019, pidiéndole que en aras de la amistad de los dos pueblos se disculpe por la “responsabilidad histórica” de los “agravios” acaecidos durante la conquista de México. Naturalmente que el monarca no contestó a semejante requerimiento, absolutamente absurdo y extemporáneo. Que cinco siglos después el rey Felipe tuviera que disculparse por lo que pudo hacer Cortés y el Reino de Castilla, causa asombro. Pero más pasmo provoca que la nueva presidente mexicana, Claudia Sheinbaum, haya insistido en el brulote y como consecuencia no haya invitado a Felipe VI a su asunción al mando y sí al presidente del gobierno, el muy cuestionado socialista Pedro Sánchez, que no asistirá.
No han faltado voces ilustradas en España que han criticado la actitud de la señora Sheinbaum, observando hasta la redacción incorrecta de un Comunicado que emitió. Pero, además, expresando que, por entonces, en el Siglo XVI, no existía España como Estado, que la península estaba conformada por reinos, de lo que sería el imperio español del que gran parte de la América formaría parte. Y que, si los conquistadores enviaron oro y plata a los emperadores y reyes y explotaron el trabajo de los aborígenes, también crearon ciudades, universidades, iglesias, caminos, y dejaron un idioma y una fe que es la que practican todos los mexicanos.
Quiero mucho a México y tengo razones para sentirlo, como también los mexicanos son queridos y hasta idolatrados por mis compatriotas. Sin embargo, no quisiéramos que esa actitud contagie en Bolivia, donde se imita todo lo malo. Por eso mismo preocupa que suceda algo tan obtuso con España, porque el rey Felipe es el jefe del Estado Español y jamás los antecesores de López Obrador o de la señora Sheinbaum, cometieron descortesía igual. México estuvo sin relaciones con España durante todo el régimen de Franco por razones políticas, no históricas; aunque, también por interés político interno, por aparecer como solidarios con la izquierda, jamás rompió relaciones con Fidel Castro, que fue tan duro como el Generalísimo y se aferró más tiempo aún en el poder.
El populismo causa estragos por donde atraviesa, liquida la economía y el alma de las naciones. Intencionalmente trastoca la historia, la revuelve a su gusto, a lo que cree que complace a las multitudes, como es la antipatía por la riqueza, los empresarios, la oligarquía, y naturalmente por las monarquías, como la máxima expresión de abuso e injusticia. Es así que en muchas repúblicas hispanoamericanas ya no se festeja el 12 de octubre, antaño Día de la Raza o Día de la Hispanidad, y no faltan actos de protesta contra Colón y los Reyes Católicos. Es parte de la leyenda negra que, desde hace siglos, se abate inmisericorde sobre España.
En Bolivia se han producido ultrajes contra las estatuas de Colón y de la reina Isabel de Castilla. Los libros escolares cuentan historias falsas contra la Conquista y la Colonia que reciben los escolares y que provienen de autoridades populistas, aunque son parte del mestizaje imperante. Hemos visto actos similares nada menos que en Argentina con el retiro del monumento a Colón que estaba detrás de la Casa Rosada, en pleno populismo kirchnerista. Y en otros lugares del vecindario sucede lo mismo.
Mal el agravio mexicano contra el rey Felipe y pésima señal hacia el exterior del inicio presidencial de la señora Sheinbaum, que, por su apellido, no parece descender de las víctimas que le atribuyen a Hernán Cortés.