Rolando Coteja Mollo
En el panorama político actual de Bolivia, la idea de ética y política parece una paradoja para muchos. La desconfianza generalizada hacia las instituciones y los líderes políticos ha llegado a un punto crítico, minando la base de la democracia y generando una sensación generalizada de impotencia en la población. La política no es simplemente un escenario para las disputas de poder o el beneficio personal, sino que debe estar siempre enfocada en el bienestar colectivo. Para lograr esto, la ética debe ser el pilar sobre el que se construyen las decisiones y acciones que determinan el futuro del país.
La crisis de valores morales en la política no es un fenómeno reciente, sino el resultado de décadas de corrupción, clientelismo y un sistema político que, en muchas ocasiones, premia a quienes priorizan los intereses personales o de partido por encima del bienestar común. Esta separación entre la ética y la política genera una profunda brecha entre los gobernantes y la población, que se siente traicionada por promesas incumplidas y políticas que no atienden sus necesidades.
Existe una necesidad urgente de reafirmar los principios éticos de la política para recuperar la confianza y fortalecer la democracia. Uno de los desafíos más grandes es la falta de transparencia administrativa. A pesar de los esfuerzos por implementar mecanismos de control y rendición de cuentas, la corrupción sigue siendo un problema sistémico que afecta las esferas de poder.
Esta corrupción no solo es de naturaleza económica, sino también moral, pues corrompe los valores fundamentales de la política como servicio a la sociedad. Cuando los líderes políticos anteponen sus intereses personales a los de su pueblo, vulneran el principio ético fundamental de la responsabilidad pública.
La transparencia es un requisito fundamental para una política ética, ya que permite que las acciones de quienes detentan el poder sean visibles y controlables para la ciudadanía. La ética también debe estar guiada por la igualdad y la justicia social, dos principios particularmente relevantes en un contexto marcado por profundas disparidades sociales y económicas.
La política debe ser una herramienta que reduzca la desigualdad y promueva el bienestar de todas las personas, no solo de algunas. En este sentido, la meritocracia debe ser la base de la ética política. Durante muchos años, la práctica de nombrar funcionarios basados en afinidades políticas en lugar de méritos ha sido una fuente importante de ineficiencia administrativa y corrupción.
Cuando puestos clave en el gobierno son otorgados a personas no calificadas o que solo persiguen intereses de partido, el sistema se debilita y el bien común pasa a un segundo plano. Un enfoque ético de la política exige que los cargos públicos sean ocupados por personas capacitadas que se dediquen a servir a la sociedad, más que a carreras políticas o intereses partidistas.
Otro elemento esencial de la ética en la política es la responsabilidad. Cuando los políticos asumen cargos públicos, adquieren no solo una responsabilidad legal, sino también una responsabilidad moral hacia el pueblo. Se espera que actúen con integridad, cumplan sus promesas y rindan cuentas por sus acciones.
Sin embargo, la falta de rendición de cuentas y las promesas incumplidas han generado un clima de escepticismo y desconfianza. Los líderes políticos deben asumir firmemente su responsabilidad ante el pueblo, no solo mientras ejercen el poder, sino también después de dejar el cargo. La corrupción y el abuso de poder no pueden quedar impunes, y quienes cometen estos actos deben ser sancionados con severidad.
También es fundamental el papel de la educación ética en la formación de nuevos líderes políticos. Si aspiramos a una política ética, es importante que las universidades y centros de formación inculquen en los futuros profesionales y políticos un sentido de responsabilidad y dedicación al bien común.
La ética no debe verse como un conjunto abstracto de reglas, sino como una guía práctica para la acción política. Los jóvenes que aspiran a cargos públicos deben comprender que la política es una vocación de servicio y que sus decisiones tienen un impacto directo en la vida de las personas. Desarrollar líderes éticos es una inversión en el futuro de la democracia.
Por otro lado, la ética política también debe reflejarse en el diálogo público, el uso del poder y la forma en que se abordan los temas. El discurso político se ha caracterizado por la polarización, la violencia verbal y, con frecuencia, el desprecio hacia los oponentes.
Esta dinámica no solo debilita el discurso democrático, sino que también fomenta un clima de odio y división que va en contra de los principios éticos de respeto y tolerancia. La política ética debe promover el diálogo, la diversidad de ideas y la búsqueda de consenso, en lugar de la confrontación y la imposición de una visión única.
Debemos recordar que la política ética no es un ideal inalcanzable, sino una realidad que se puede y debe construir. Bolivia ha dado pasos importantes hacia la consolidación de una democracia más justa, pero aún queda mucho por hacer. La ética en la política es fundamental para este proceso de integración. Esto se debe a que, sin ética, los intentos de cambio estructural están condenados al fracaso.
El autor es politólogo-abogado y docente universitario.
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