Eric L. Cárdenas del Castillo
Uno de los problemas que venimos arrastrando desde 2014 es el del sostenido déficit fiscal en la economía pública, con repercusiones en todo el comportamiento económico. Pues si bien desde 2006 a 2013 tuvimos un superávit de alrededor de 2.501 millones de dólares, gracias a los altos precios de las materias primas, a partir de 2014 a 2023 se produce un déficit de 26.413 millones de dólares, y las Reservas Internacionales Netas (RIN) bajaron de 15.123 millones de dólares a 1.700 hace pocas semanas, y la deuda externa que en 2006 llegaba apenas a 3.248 MM de dólares, a 2023 pasó de 13.500 MM de dólares, mientras la deuda interna pasó los 15.500 MM de dólares.
El déficit fiscal se da cuando los gastos son mayores que los ingresos fiscales y se mide anualmente. Es decir, se gasta más de lo que se gana, lo que produce una falta de recursos para encarar el normal desarrollo de las finanzas públicas. Ahora bien, cuando se da este fenómeno quedan tres posibilidades: se puede recurrir al crédito externo, crear o subir los impuestos internos o emitir moneda que. cuando no se tiene el respaldo en reservas, produce inflación. Es decir la alteración del equilibrio entre dinero disponible en plaza y la cantidad de mercancías a disposición de los consumidores, de tal manera que la demanda de productos se hace mayor y los precios suben, ocasionando una desvalorización monetaria.
Los déficits y otras variables tienen como punto de referencia el Producto Interno Bruto (PIB), es decir, la cantidad de valor producida en un país en un año. Además, uno de los factores causante del déficit fiscal tiene que ver con las subvenciones a diversos productos, en especial a los de mayor demanda, como sucede en nuestra economía, como carburantes, harina y, por supuesto, el valor oficial de la divisa internacional, pues al tener un valor oficial inferior al real y al de mercado, toda transacción para adquirir un producto importado, resulta subvencionada, a la vez que impulsa a exportar divisas, por vía legal o ilegal.
Otro de los factores que nos lleva al déficit fiscal es el excesivo gasto público corriente, el que se destina a salarios y otros servicios adicionales, como transporte, viajes, viáticos, propaganda y gastos superfluos en actividades no productivas. En nuestra realidad, con una elevada carga financiera para cubrir esos gastos, para más de medio millón de empleados de la administración del Estado.
También tiene que ver en el déficit, el desorden presupuestario que no se ajusta a la realidad de los recursos con los que se cuenta. En especial con los recursos dispuestos para obras públicas o destinados a inversiones en emprendimientos industriales varios, que no tienen retorno o rédito inmediato o mediato. Por el contrario, implican una carga fiscal, como viene sucediendo en nuestra economía, en la que se ha destinado y se destina elevados recursos a proyectos industriales mal elaborados en su diseño, ubicación y costo, como la planta de Bulo Bulo, la planta de LNG en Río Grande, la ensambladora de computadoras Quipus, la planta separadora de líquidos de Río Grande, el ingenio azucarero de San Buenaventura, el proyecto de carbonato de litio que demandó una inversión de cerca de mil millones de dólares, Papelbol, Cartonbol, aeropuertos en lugares que no tienen demanda (Copacabana, Chimoré, Monteagudo, San Ignacio de Velasco) y otros medios de transporte deficitarios, como los teleféricos que demandan al Tesoro público cubrir los déficits anuales de funcionamiento.
La inversión pública en el régimen que nos gobierna desde 2006 ha llegado a cerca más de 52 mil millones de dólares, recursos por préstamos del Banco Central o de créditos externos, mientras la inversión extranjera directa apenas llega a 7 mil millones de dólares. En algunos sectores, como en hidrocarburos, es la inversión privada la que se vuelca a la exploración, por su elevado costo, pues para descubrir un pozo de petróleo, deben ser perforados diez, y cada pozo cuesta alrededor de 150 millones de dólares.
Ante la situación que brevemente hemos descrito, corresponde una política audaz y efectiva de cambio de modelo, pues el actual está en crisis y si se persiste con el mismo, el destino final será un agudo deterioro económico, con sus graves secuelas sociales y políticas.
El autor es Abogado, Politólogo, escritor y docente universitario.