Augusto Vera Riveros
Con el mejor estilo de los alquimistas, el gobierno nacional hizo de los dólares un aire envenenado de humo que los bolivianos, y especialmente los cruceños, están inhalando ante la incapacidad de las autoridades medioambientales. Si consideramos que, de acuerdo con el Índice de Calidad del Aire (ICA), los estándares aceptables para la salud no pueden pasar de 50, no tenemos dónde perdernos: en el país estamos intoxicándonos con dióxido de carbono en un ambiente de contaminación que sobrepasó los 200. Eso es simplemente inaceptable para una sociedad teóricamente civilizada y con una administración seria. Y más allá de que buena parte de los criminales incendios vienen con fuertes vientos desde Brasil o Perú, es inútil negar que es impostergable abrogar el paquete de leyes incendiarias; es inaplazable dejar de lado los intereses políticos en un tema que es de decisiva importancia. Y es que algunas de las causas del calcinamiento de miles de animales salvajes, de bosques desaparecidos, de pérdidas humanas y de gente sin techo, tienen su origen en los favores que los inescrupulosos cocaleros, mineros, agroindustriales y cualquier facineroso reciben del Gobierno.
Los especialistas en neumología sostienen que las consecuencias de inhalar el dióxido de carbono que está hasta en el ambiente más íntimo de cualquier casa urbana, traerá más consecuencias que las infecciones respiratorias de duración breve. Lo más preocupante es el peligro que se cierne sobre los que adolecen de enfermedades cardiacas, que se pueden agravar y/o adquirir patologías pulmonares. De tal manera que las irritaciones oculares o de garganta, sin dejar de preocupar especialmente en las poblaciones de niños y de ancianos, son lo menos serio que puede suceder.
Pero si nos planteamos las consecuencias para la humanidad, no hay que perder de vista que, al perder este año la selva amazónica del oriente boliviano alrededor de 4 millones de hectáreas adicionales, se está condicionando la sobrevivencia de toda forma de vida. Las sequías y las tormentas de agua, que cada año se agudizan, son consecuencia de la inhumana deforestación por incendios, sobre todo, pero también son producto de la tala de especies que tardan decenas de años en reponerse, si es que los criminales de la naturaleza se toman la molestia de plantar una hierbita de algunos centímetros de alto a cambio de un árbol que, cual centinela del cielo, alcanza 30 o 40 metros tumbado indefenso ante el depredador humano.
Recientemente una alta autoridad dijo que, con la ayuda extranjera, el tema se solucionará en unas semanas. No, señor, apagar la última llama de fuego no supondrá solución, porque el daño es irreparable. Solo se habrá detenido el fuego.
El tema no es novedoso, cierto, pero más bien por ser reiterativo deben modificarse la legislación medioambiental y las fronteras agrícolas, debe legislarse sobre el ejercicio de la minería, con preferencia la cooperativizada, que goza de grandes beneficios contaminando aguas dulces, por el sólo hecho inmoral de contar con el apoyo militante de sus innumerables socios.
Escasean los dólares, sobre los cuales el presidente, en un momento de desesperación y como queriendo curar el cáncer con aspirina, dio como milagrosa solución, ahorrar y negociar en yuanes. Pronto se dio cuenta de la ilógica sugerencia, y el triste consejo pasó al olvido; y mejor para Arce, porque fue tan absurda la “solución” planteada, que recordarla no hace más que demostrar la incapacidad para asumir la responsabilidad de lo que en casi veinte años de gobierno se produjo en materia económica.
Aprobar créditos millonarios tampoco va a atraer la divisa norteamericana, que es la única de circulación mundial y para transacciones comerciales internacionales. Los mil millones que la Asamblea Legislativa Plurinacional se niega a aprobar, son para la ejecución de proyectos cuya urgencia es salvar el difícil momento y decorar con obras el rotundo fracaso de las políticas económicas. Por tanto, no sería una inyección efectiva para el país, sin contar que la astronómica cifra no haría más que hipotecar varias generaciones de bolivianos que tienen que pagar toda obligación asumida por sus gobernantes.
Esa es la analogía entre un alquimista que, mezclando toda clase de menjunjes y con prácticas esotéricas y espirituales, obtiene como resultado la transmutación de materias, con los gobiernos irresponsables y populistas que el dólar lo han transformado en una opacidad atmosférica sin precedentes. En una masa de humo.
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor.