Mario Malpartida
“Como Pedro por su casa” es un dicho conocido; se entiende que una persona, sin respeto y sin miramiento hace cuanto quiere en casa ajena, como si fuera la propia, sin el permiso del dueño. El territorio es la casa y millones de habitantes los dueños. Que germine la buena semilla, que tenga ordenada la casa, que tenga buenos aromas de paz. Que no falte agua, alimento, luz y trabajo, sobre todo libertad.
Y tenga siempre presente que no es su casa, y aunque sea elegido y ungido por voto popular, no le alcanza para ser Pedro; es para todos los efectos solamente “Administrador”. Los dueños tienen representantes, son el contrapeso al poder, ejercen el control, legislan, interpelan, siempre vigilantes para evitar los desmanes del administrador, recordándole, cuantas veces sea necesario, que no es Pedro, es solo el administrador. No tiene por qué enfrentarse con nadie y sin motivo, y elegir relaciones solo por ideología; por el contrario, buscar negociar con quien más convenga sin comprometer dignidad, malvender (bajo sospecha) los recursos que son su patrimonio agotable, aun así y por ahora su fortuna.
Recordarle siempre que no es Pedro y esta no es su casa. Que siga el buen ejemplo de países que son felices, y aprenda cómo lo consiguen con menos riqueza. Propicie la gestión de talentos para mejorar la educación, capacite ciudadanos en lugar de pretender someterlos; honrado para cuidar el bien público, y si son necesarios negocios los haga honestamente y apoye al éxito de la gestión privada.
Promover la paz entre los copropietarios y no dividirlos, llevarse bien con ellos en lugar de «como perro y gato», por el contrario, que la vida sea risueña, inclusiva, pacífica y responsable; promueva solidaridad, el afecto de unos a otros, que los habitantes «se sientan como peces en el agua», convivencia por el «bien común», sin distinciones de origen, idioma, lugar de nacimiento, nivel de ingreso o color de piel; bien-estar para todos, sin discriminar. Recordando que no es Pedro y el país no es su casa; ha jurado hacer cumplir la ley sin acaparar el Poder. Saber negociar con el pueblo y no imponer su voluntad, quejándose hipócritamente porque a veces rechazan lo que pide, eso es la democracia.
Por otro lado, es imprescindible la conducta, el proceder de los ciudadanos, su obligación no termina después de votar, es cuando se renueva su vida ciudadana; del ciudadano depende que el elegido no se sienta Pedro y haga cuanto se le venga en gana. La ciudadanía decide procrear democracia, es el estilo de vida que elije, para que a su vez la democracia reproduzca ciudadanos demócratas que reafirmen democracia, y así por años; aunque habrá algunos confundidos descarriados que elijan tiranía, autocracia o fascismo. Por eso se dice: «El pueblo elige los gobernantes que se merece»
La indiferencia del ciudadano es letal para la democracia, puede ocasionar que el mandatario empiece a sentirse perfecto para el papel de Pedro y conducir a capricho lo que considera su casa. La participación del ciudadano deber ser oportuna y audaz, pues debe verificar, por una parte, que sus representantes cumplan su juramento, no se mancomunen con el administrador, socapen y encubran sus desvaríos, sus matufias y arrebatos. «Entre un gobierno que lo hace mal y un pueblo que consiente hay cierta complicidad vergonzosa», dice el literato y pensador francés Víctor Hugo. (Autor de la novela «Los Miserables»). Y por otra, controlar los excesos y abusos del administrador; el ciudadano está obligado a cumplir esa tarea esencial antes de quedar indefenso. Nunca debe permitir que avancen las cosas hasta el extremo, pues acabará sometido, expuesto a perder poco a poco sus derechos y pronto su libertad. Si no lo hace, que no se queje por su indolencia y desidia, reconozca su quemeimportismo, y tenga en cuenta que “cada país tiene el gobierno que se merece”.
El autor es periodista.