Ernesto Julián Bedregal Patiño
“Aunque esta herida duela como dos…”
Mario Benedetti
Con miras a terminar viciado, atravesé el umbral nocturno de su delirio, un ambiente intrincado para cualquiera que sufra mi condición, donde el zarandeo de sus caderas reina sobre las líneas de bajo, una cadencia pegadiza que requiebra a los forasteros como yo.
A ochenta y cinco pulsaciones por minuto, acabé enganchado a su seducción, contemplando sus pequeños tatuajes, apreciando la purpurina en sus ojos, intentando descifrar su alocada cabecita, en busca de la cordura que dejé abandonada en el momento de ingresar.
Y como parte del viaje, muchas veces el placer visual se convierte en afán, terminé ligado a su cintura, deseando beberme sus pozos de Venus, anhelando ser el dije que circunda su tobillo izquierdo, idealizando su cruel naturaleza, a favor de la poesía que aduce decaimiento.
Sitibundo me arrimé a la barra, bordeada por infelices que buscaban olvidarse de su desdicha, me presenté como uno de ellos, demandando al bartender por un elixir de amnesia; cada sorbo que tomaba, me acercaba más al fernet de sus ojos, a la fragancia mentolada de su jadeo.
Fantaseando cobardemente, se me fueron un par de horas, poetizando innecesariamente, terminé vendiendo mi alma a cambio de un poco de valor; ebrio de concupiscencia, trascendí al segundo círculo de su gehena, donde fui arrastrado por la seductora corriente de su voz.
Se presentó como Kore; siendo Perséfone quien se presentaba, vestida con pétalos de azafrán y tacones de mirra, sus piernas de caramelo develaron sus malas intenciones, a pesar de ello, decidí tomar el riesgo y continuar con su libreto, después de todo creí que ya nada tenía que perder.
Ingenuamente confié en mi elocuencia, olvidando por completo que, enamorar diosas es un arte muy trabajado, un opus magnum, cúspide que todavía no he alcanzado. De saber cómo terminaría mi incursión, no hubiera tentado a la suerte, eso no fue un romance pasajero, fue un pacto fáustico.
¿Y si estoy equivocado, cómo explico la aflicción que me produce su olvido?, ¿en qué momento se hizo tan imprescindible? Al pensar que ahora baila con alguien más, y que comparte el jägerbomb de sus labios, los celos me conducen hacia el delirio, hacia una oscura turbación del ánimo.
¡Pero qué absurda y vana pretensión! Querer hablar de amor en tiempos de odio, y que no se malinterprete mi desahogo con súplica, pues mis deseos de venerarla se perdieron en su cabellera azabache, en el ghosteo de su perverso accionar; mejor así, aquel cigarrito se prendió fácil, y se consumió demasiado rápido.
El autor es comunicador, poeta y artista.