Álvaro Riveros Tejada
Desde la antigüedad, la premonición fue asociada con estados de trance y sueños ligados con fenómenos como los presentimientos, el vaticinio, la adivinanza, etc., que, así como fueron ampliamente rechazados, varios han persistido a lo largo de la historia en ello, dando pábulo a que dichos hechos metafísicos cobren una suerte de veracidad, como los sueños premonitorios y hasta las supersticiones.
Tal es el caso de las famosas caídas físicas sufridas por el líder cubano Fidel Castro, que muy pronto sembraron en la Isla caribeña la cábala de que estos tropiezos anunciaban la inminente caída de su gobierno y, por ende, de todo el régimen comunista implantado por él en esa bella nación.
Curiosamente, en nuestra opinión, dichos presagios se hicieron realidad, más por la avanzada edad del interfecto que por las ligerezas oníricas de sus compatriotas, empero, no olvidamos que en su primera caída pública, durante un discurso que pronunciaba un 23 de junio de 2001, en el municipio habanero de El Cotorro, luego de más de dos horas de alocución, agarrándose fuertemente de la tribuna, Fidel comenzó a dar señales de malestar y comenzó a balbucear y en lo que aparentaba un desvanecimiento o bajón de presión se desplomó ante el estupor de sus seguidores y personal de seguridad que desconcertados subieron a la carrera hasta la tribuna para auxiliarle.
Imbuido de las supersticiones que el líder de la llamada “revolución cubana” muy bien conocía, sus primeras palabras al salir del trance fueron: “Cualquiera diría que me hice el muerto para ver el entierro que me hacían”. A modo de excusa y según contó luego, se había pasado toda la madrugada preparando su discurso, en el que anunció una «batalla larga y difícil» por la liberación de cinco cubanos condenados por espionaje en los EEUU. Ni de desmayado olvidaba a los gringos.
La segunda y postrera caída del líder cubano fue la noche del miércoles 22 de octubre de 2004, en Santa Clara, donde todo indicaba que no vio la grada que marcaba la división de un salón a otro y dando un paso en falso, cayó. En esa caída Castro se fracturó una rodilla y fisuró un brazo: «Estoy bien”, exclamó, “no se preocupen, perdón por haberme caído. Haré todo lo posible por recuperarme lo más pronto posible”. Sin embargo, a partir de entonces, el líder comunista perdió la aureola mística de héroe inmortal con la que lo había envuelto la propaganda y el adoctrinamiento del Partido entre las masas.
A la luz de semejantes trompicones, se nos vino a la memoria la reciente caída del líder cocalero y expresidente Evo Morales, con casi las mismas características de las de su ídolo y arquetipo caribeño, cuando bajaba las escaleras de su hotel en la ciudad de Santa Cruz, luego de dar una conferencia de prensa sobre el mensaje presidencial por el 6 de agosto, de su excajero Luis Arce, como él gusta llamarlo.
Dicho tropiezo se produjo no con la misma bizarría del exguerrillero caribeño. Y, por supuesto, con menos del histrionismo que solía caracterizar al “Comandante”, quien hasta en sus traspiés mencionaba esa “Revolución” que, después de esos revolcones, ya estaba perdida. En el caso del cocalero, su porrazo mostró, en tanto yacía tendido en el suelo, su afán de cuidar más su figura, que al Movimiento al Socialismo que destruyó a Bolivia, al exclamar: “¡Me golpeé feo siempre!”. Ambos tropezones revelados en esta entrega parecieran confirmar la existencia de las caídas premonitorias.