Álvaro Riveros Tejada
Cuenta el anecdotario popular la historia de un sargento que, en horas del recreo de su tropa, veía a éstos divertirse con las cartas, donde se jugaba por pingües sumas de dinero. Aprovechando su condición de superior convino a jugar con ellos, un juego que él llamó “Chirigota”, consistente en repartir las cartas, dejar la apuesta en el pozo y el jugador que sumase mayoría de puntos en las suyas, hacía chirigota con lo que ganaba la ronda. Pero, su mala fortuna hizo que obtuviese siempre las cartas menores y, por tanto, perdía en cada mano. Entonces, los conminó a doblar la apuesta y a tiempo de mostrar los naipes, ocurrió la misma mala fortuna, por lo que uno de los conscriptos alegremente exclamó: “Chirigota” y, a tiempo de querer recoger el dinero, el corrupto oficial, inventando una supuesta figura en sus cartas gritó: “Chirigota Real” y procedió a apropiarse abusivamente del pozo.
Con la citada anécdota hemos querido recrear esta nota, por su enorme similitud con la pírrica victoria del tirano Nicolás Maduro, en las elecciones presidenciales del domingo, en Venezuela, contrariando todas las normas y reglas del juego democrático y ante la mirada ingenua y atónita de la opinión internacional, que daba por descontada la victoria de Edmundo González. Es más, en el apuro por cometer el fraude, se presentó una insólita boleta, en la que aparece 13 veces la cara de Maduro y sólo 3 con la del candidato opositor. Asimismo, en la prisa por hacer coincidir sus falaces cifras, los genios matemáticos concluyeron el escrutinio en: 51,2% para Maduro, 44,2% para Edmundo González y 36.8% distribuidos al 4,6% para cada uno de los 8 candidatos restantes, haciendo un total del 132% como resultado final. Dignos para un Premio Nobel de matemáticas.
Todas las actas electorales arrojaron un resultado similar, concluyente y previsto: Edmundo González Urrutia arrasó en las urnas y debió ser ungido como el nuevo presidente venezolano. La ventaja, en todos los casos registrados, fue mayor a 30 puntos porcentuales y muy similar a la que se conocía por los informes en boca de urna, empero, el mega fraude de la dictadura estuvo planificado mucho antes de este domingo 28 de julio. El régimen no iba a permitir que unos millones de votos de diferencia lo despojaran del poder, la corrupción y los daños que construyó a lo largo de 25 años, en cada uno de los sectores donde tuvo participación, desde el petróleo, hasta el narcotráfico. No en vano existe una millonaria recompensa ofrecida por la DEA, sobre la cabeza de Nicolás Maduro y de Diosdado Cabello.
Parodiando al Gabo García Márquez, esa fue la crónica de una victoria anunciada, desde que el sátrapa inhabilitó a María Corina Machado, por el inocultable pánico de perder el poder y tener que responder por crímenes de lesa humanidad, como asesinatos, secuestros, torturas y encarcelamientos ilegales, delitos que fueron imputados a su régimen por la fiscalía de la Corte Penal Internacional, por el Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU y la Comunidad Europea.
Hoy, la sangre pareciera haber llegado al río y el fraudulento régimen del sátrapa pareciera estar dando sus últimos estertores, sólo apoyado por algunos militares que fueron cómplices de tanto delito. Empero, como decía Rómulo Betancourt, ilustre artífice de la verdadera democracia venezolana: “Los militares son leales, hasta que dejan de serlo…”, Una bellísima frase que podría servir de epitafio para el último dictador que quiso echar por tierra a la Patria del Libertador, bajo el signo del Siglo XXI, y sólo obtuvo a cambio la Caída de la Madurocracia.