Marcelo Miranda Loayza
Estamos siendo testigos de una tragedia medioambiental sin precedentes en la historia reciente de Bolivia. Los incendios forestales que arrasan miles de hectáreas en la Chiquitania y la Amazonia son una muestra brutal de la devastación que estamos permitiendo que ocurra. Las pocas imágenes que nos llegan parecen extraídas de una película de terror: árboles calcinados, fauna arrasada por las llamas y un paisaje que solo deja atrás cenizas. Sin embargo, el verdadero horror no solo está en las llamas que consumen nuestros bosques, sino en el silencio cómplice de quienes deberían estar actuando para detener este desastre.
Lo que indigna no es solo la magnitud de la catástrofe, sino la indiferencia que demuestran algunos medios de comunicación tradicionales. Mientras nuestras tierras se queman y nuestros ecosistemas mueren, estos medios prefieren dedicar sus espacios al show político, al eterno circo parlamentario que distrae y entretiene, pero que nada resuelve. Es una actitud vergonzosa y una traición a la misión informativa que tienen: la de educar y alertar a la población sobre las tragedias que nos afectan a todos.
Estamos inmersos en una hipocresía medioambiental descarada. El Gobierno, que se autoproclama defensor de la Pachamama, se niega a asumir responsabilidad alguna. El Movimiento al Socialismo (MAS) ha demostrado ser más “pachamamista” de palabra que de acción. Prefiere negar la magnitud del desastre, o responsabilizar a otros, antes que aceptar su incompetencia para controlar los incendios. Este es un claro ejemplo de cómo un gobierno supuestamente ecológico resulta ser un depredador más.
En medio de esta crisis, resulta particularmente doloroso ver el silencio cómplice de las grandes cadenas televisivas internacionales, muchas de ellas con un historial de defensa de la ecología, pero que hoy guardan silencio. No es difícil imaginar el porqué, quizás el hecho de que sean gobiernos de izquierda y no de derecha los que están permitiendo esta devastación, los mantiene en una posición incómoda. Porque cuando el desastre medioambiental es producto de políticas fallidas de un gobierno “amigo”, es más fácil mirar hacia otro lado.
Es más que evidente que Bolivia se nos quema, y con ello no solo se queman nuestros bosques y nuestra fauna, también se consume nuestra economía, nuestra salud y nuestro futuro. El impacto medioambiental de estos incendios es devastador. La destrucción de ecosistemas esenciales, la pérdida de biodiversidad y el aumento de la contaminación atmosférica son solo algunos de los efectos inmediatos.
¿Qué sentido tiene entonces continuar con este falso discurso de defensa de la naturaleza cuando, en realidad, lo que se está defendiendo es un sistema incompetente y corrupto? No se trata solo de ideologías o colores políticos, se trata de la vida misma, de la supervivencia de nuestro entorno y de nuestra gente. El daño que se está permitiendo en aras de una “revolución” política que ha demostrado ser ineficiente es incalculable.
No es solo una cuestión de «ecologismo socialista» fallido, es una cuestión de humanidad, de sentido común, de responsabilidad con las generaciones futuras. Ya es hora de que dejemos de comprar las mentiras de un gobierno que utiliza la defensa de la naturaleza como un escudo retórico, mientras sigue promoviendo políticas que permiten la quema indiscriminada de nuestras tierras. Es hora de que despertemos de una vez por todas.
El pueblo boliviano merece algo mejor. Merecemos un futuro en el que nuestros bosques sean protegidos, en el que la fauna que hoy perece bajo las llamas tenga la oportunidad de sobrevivir, en el que podamos respirar aire y no cenizas. Pero para que eso suceda, necesitamos un cambio radical en la forma en que enfrentamos estas crisis. Ya no podemos permitirnos más excusas, más dilaciones, más mentiras. El fuego no espera, y si no actuamos pronto, todos acabaremos incinerados en las llamas del socialismo, o peor aún, en las llamas de la indiferencia.
El autor es teólogo, escritor y educador.