No deja de ser cierto que las capitales de Latinoamérica, mayoritariamente, dan la apariencia de ser muy ordenadas en todo aspecto, aunque con seguridad no les falta alguno que otro problema debido al vertiginoso crecimiento poblacional que experimentan, lo que conlleva a atender una serie de exigencias diferentes, a cargo de diversos estamentos sociales. Entonces, las ciudades bolivianas no son la excepción, en particular La Paz, pues resulta que lo que sucede en esta urbe rebasa ya la paciencia. Veamos por qué.
En vista de que ya no se ve agentes de parada, o varitas, como se los conocía en el pasado, en casi todos los barrios paceños, resulta que los conductores de motorizados públicos y privados, salvando excepciones, hacen lo que les viene en gana, no respetan los semáforos, donde los hay, y no le dan al peatón toda la preferencia que debe recibir al utilizar las vías públicas. A ello se suman los comerciantes o gremiales que virtualmente se han adueñado de las aceras y parte de las calzadas, ante la indiferencia de las autoridades ediles. Y así resulta ser común que las “mañaneras” ocupen las veredas por completo, a partir de la madrugada, como acontece en la populosa calle Illampu, en la cual el transeúnte debe hacer piruetas para salvar su integridad física.
Ahí no acaba, porque luego vienen, tal como alguien denominó, las “tarderas” y “nocheras”, lo que quiere decir que esas vías están ocupadas todo el día. Claro que no es su culpa, ya que esto se debe a la falta crónica de fuentes de empleo y en consecuencia nuestra gente tiene que llevar al hogar, como fuere, el pan de cada día. Sobre lo mojado, llovido, dado que eso no es todo, pues vienen a sumarse quienes manipulan “carritos” metálicos y carretillas expendiendo una amplia gama de productos, de todo y para todos, algunos utilizando megáfonos con un fuerte volumen que ocasiona contaminación acústica. El ciudadano de a pie tampoco se salva de los “motoqueros”, para quienes las vías son pistas de carrera, puesto que son escurridizos para tomar cualquier resquicio de espacio, sin importarles poner en peligro al viandante. Al respecto, ¿dice algo cualquier autoridad municipal, o al menos intenta reglamentar todo este desbarajuste?
Se puede mencionar muchas otras anomalías, pero lo evidente es que la anarquía se ha impuesto en la urbe y amenaza con trocarse en algo normal y aceptado plenamente por el conjunto ciudadano, la sociedad y, por supuesto, el gobierno edil que, con su virtual silencio, otorga. ¿Existen áreas de transporte, planificación, gobernabilidad, y tantas otras cosas en la entidad municipal y que requiere una urbe moderna?, se pregunta la colectividad. Es de esperar que unos y otros salgan de la modorra en la que al parecer se hallan sumidos, inclusive la misma población paceña, para así llevar adelante, si se quiere, una labor de “rescate” de esta “ciudad maravilla”, La Paz.
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